sábado, 21 de febrero de 2009

PALABRAS DE UN CARTUJO - P. Fr. Alberto E. Justo, O.P.






Vamos a leer un texto muy particular. Se trata de un libro de Stanislas Fumet y se titula, nada menos, Histoire de Dieu dans ma vie, y fue publicado en París en 1978. El lector será indulgente, porque yo, desde luego, deberé traducir lo que de nuestra lectura nos sea provechoso...

Pero no hemos elegido este libro por su autor. No. Esta vez la elección es por un motivo algo secreto. Se trata no del autor sino del inspirador de algún capítulo: un Monje Cartujo... Y vamos directamente al que nos interesa, que es el último y que se titula: Trascendentales, mi pan y mi vino, porque el autor los considera su alimento verdadero. El lector puede, con derecho, sospechar que hablaremos principalmente del SER.

Y él se regocija, en la página 769, reconociendo que muy diversamente razonara si no hubiera tenido, desde muy temprano, la fortuna inapreciable de captar la supremacía del Ser, dejándose ganar por él, prefiriéndolo a todo, eligiéndolo en todo, sicut in coelo et in terra. Dióse cuenta, acabada cuenta, que su espíritu no tenía otra cosa que oponerle al Ser sino fantasmas, la inexistencia en sí, porque en tales pretendidas oposiciones no hay más que reflejos engañosos. Y es interesante y consolador detenerse en estas comprobaciones de Fumet, porque nos son maravillosamente útiles para los pasos de nuestra vida.

Es la génesis misma del Mal -continúa diciendo- que tiene necesidad de robar al SER un BIEN sobre el cual fundarse para dar subsistencia a sus espejismos, y sin el cual no dispondría de armas contra él. Ese parásito obstinado tiene necesidad del ser para ejercer su fascinación.

Intenta luego, felizmente, una exégesis personal, que dice ser suficiente para él, ya que tiene sus motivos para sostenerla: ...el mal, o el Maligno, ad libitum, se proyecta sobre el vacío -y, el espejismo, es aquél de los resplandores de la incandescencia que sigue la caída de Lucifer perseguido por la gloria de su ser creado: entiendo esta gloria como la que él pierde en su caída. Habiendo recibido su ser en un tiempo angélico, en el Aevum, arrastra, pero detrás de sí, esta huella de esplendor que lo abruma por la eternidad.

Huella, sólo una traza de fuegos artificiales. Engaño y falacia de un mundo pretendidamente exterior al Ser...

Luego continúa: ...Desde que salimos de la nada, estamos en Dios... San Pablo nos lo ha enseñado: ‘En la divinidad nos movemos, vivimos y somos’ (Act. 17, 28).

Es la exigencia de la unidad, el amor del Uno -condición del verdadero- que, poco a poco, me condujo a todo esto, haciéndome sentir la defección de todo lo que no es este UNO que cancela el número para otorgarle otro valor que el de las matemáticas. Yo había adoptado el ritmo pitagórico de 1, 2, que es el propio del caminar: uno, dos, uno, dos; uno, dos. Escribí a Dom... en 1962: "todo lo que no es uno me fastidia (ennute) ". Me contestó con una larga carta de la cual extraigo, encantadoras, algunas frases: "No afirmo que todas las lecturas y todas las conversaciones te disgusten (ennuient) en el mismo grado, pero ciertamente, lo que hay de bueno en nuestra amistad es que se halla fijada en el corazón de las cosas. Nosotros somos como las almas trocadas en estrellas en el Pelerin Kamanita, que cambian una exclamación cada 10.000 años, -por un resto de debilidad humana..."

Y continúa la cita del Cartujo: "Seriamente, yo soy viejo ahora, y he renunciado a interesar a la humanidad, aún a la más favorablemente dispuesta: es propio del buen sentido, hay un tiempo para callarse. Como toda persona que medite debería percibirlo al cabo de poco tiempo, todo lo que se expresa y se discute es como la madera o el papel: irremediablemente exterior a la vida del espíritu. El pensamiento, el único pensamiento, es todo interior a estos jalones que no pueden empañar su transparencia divina ".

Y sigue Fumet: Este pensamiento que sólo florece en Dios y al que nos esforzamos por alcanzar y ligarnos, es independiente de la opinión humana, viene de Dios y retorna a Dios sin descubrirnos su operación. El es el objeto de una mirada purificada. Los contemplativos se desposan con él y en la medida en la cual su ‘yo’ se cancela, gozan de la verdad que, ser del ser, hace la luz sobre todas las cosas. Esta luz ilumina todo hombre que viene a este mundo y está escrito en el Génesis que fue lo primero que Dios juzgó bueno. Y Dios dijo (es su Verbo): Fiat lux, y la luz fue hecha...

Y más adelante, en la página 773, leemos:

...la contemplación jamás es una posesión y quien pretenda poseerla precisamente ignora lo que ella es; porque, en efecto, Dios está más allá de toda figura y más aquí que toda sustancia...

Y nuestro Cartujo: ... Si se tiene por ilusión el hecho de adoptar la perspectiva del objeto; es preciso decir que la misma intelección es una ilusión, pues en esto consiste y acaba. Sapientia ludit: conocer, es jugar a ser el objeto; y este juego es la sola cosa en el mundo que no es vana (lo que es vano, es jugar a ser el sujeto, a ser sí).

Todo lo escrito acerca del mecanismo de la intelección, sobre sus condiciones y sus términos, puede ser echado al fuego sin que por ello se pierda nada. Esta potencia es humildad -dejar ser al ser- no tiene término: no es cuestión de definirla ni de medirla de ninguna manera. Las gentes para quienes ella (la inteligencia) no es el Misterio, exactamente tan límpido como insondable, nada les será claro ahora ni nunca.

Los contemplativos primitivos, en la aurora de la reflexión, han sido alcanzados y asidos por esta evidencia: es por lo cual ellos me son tan caros. -No se puede separar el amor y la contemplación de la intelección así entendida.

En la soledad de la celda, ciertas cosas aparecen: otra esencia que yo he creído ver, asaz singularmente, es la de la risa...

La primera cosa que debe observarse, es que lo cómico jamás pudo ser definido por la simple razón que lo risible es un trascendental. Todo es cómico bajo cierto ángulo; los contrastes, los despropósitos, los efectos de caída, etc., producen a voluntad según que el rayo visual horade lo real de parte a parte, y descubra allí la incoherencia, la no-identidad: es una cuestión de mirada. El espíritu en la misma medida en la cual mira, halla lo risible tanto como él quiere: si es plenamente lúcido, gozará a cada instante de su transcendencia, no saldrá del júbilo extático.

Pues se trata de un éxtasis: es la segunda característica obvia y a menudo descuidada. La risa es un fenómeno cataléptico, una asida del espíritu que abandona el control del organismo: las potencias están en vacación y retozan a placer. Este éxtasis es provocado por una alegría -la risa es la expresión de la alegría: muchos teóricos no han pensado en ello- y como es lo propio del hombre, se trata de su alegría propia, es decir de la intelección. La risa es un éxtasis provocado por la intelección.

Pero el objeto de la intelección es el ser, la bienaventuranza del espíritu (según Aristóteles y Santo Tomás como según Çankara y Spinoza) es el ser del Ser; ahora bien, la risa, lo hemos señalado, es provocada por el aspecto inverso y complementario: la inanidad de la apariencia. Es fácil, consecuentemente reconocer en estas formas de exultación una raíz común: la historia bíblica de la caída ilustra su parentesco y su separación.

En el origen, cuando el hombre era recto, su éxtasis era uno solo, saboreaba en un mismo rapto al ser de Dios y la nada de lo que no es Él. Pero en la caída, su éxtasis también se desdobló, en primer lugar volviéndose demasiado raro y en el otro aspecto demasiado común. El éxtasis que suscita el no-ser del no-ser perdió su solemnidad, muy comparable en esto a las ceremonias de las religiones prehistóricas, que sobreviven en la forma de juego de niños y a los mitos deslumbrantes caídos en el folklore. La risa es un éxtasis quebrado y desacralizado, vestigio resplandeciente y frívolo de las Bodas primitivas, recuerdo delicioso del Edén olvidado.

Reconócese también en la risa un éxtasis noético desinteresado: es una alegría no-posesiva. Contemplar en efecto es lo contrario de poseer: es dejar ser el ser. La intelección no respeta solamente la desnudez del espejo interior, ella lo despeja y le rinde su pureza. (Si la alegría intelectiva puede ser infinita, es en razón de que no es adquisitiva: todo lo que se adquiere, estorba y entorpece.) La risa, igualmente, no enriquece, sino que aligera: es desapego, solución y vuelo de Psyche en su espacio natal.

Sin embargo la risa se interrumpe y este es otro misterio. No debe desconocerse la significación de su aspecto espasmódico: el carácter imprevisible e incontrolable del acceso. En el estado presente del hombre sería más bien rapto y ruptura. El muro de las apariencias se abre y se cierra enseguida: hemos comprendido algo precioso pero no sabemos bien, tampoco podríamos decir precisamente dónde se produjo el destello. Observando el muro: nada deja aparecer. Tal es el fondo del humor, el doble fondo: el objeto propio de la risa se mofa del que ríe.

...Es preciso observar..., en lo que concierne a la apropiación religiosa de la risa, que ésta es cosa nueva: el humor brillante y profundo de Bloy, de Chesterton, de Claudel, no tiene precedentes. Durante siglos, la cosa religiosa se encontró expuesta sin gran defensa a la ironía, el pontífice, el doctor, el devoto se contaban entre los objetos cómicos más evidentes y más frecuentemente explotados. La risa ha cambiado de campo porque pontífices, doctores y devotos hoy son irreligiosos o antirreligiosos: lo que es divertido no es ser creyente o positivista, sino ser llegado al punto del éxito o instalado. Lo ridículo es inherente al estado del que pretende ser y no puede ser el ser.

No se asombre el lector por estas citas tan extensas. Aquí, el Cartujo nos ha dicho más de mil maravillas con su delicada simplicidad. Esta visión del Ser no se halla con frecuencia y nos presenta una introducción muy conveniente para la vida espiritual.

No se trata, en realidad, de introducciones, sino -más bien- de puntos de partida, de pasos, muy libres todos, que ahondan siempre, que nos siguen siempre. Yo no haré ningún comentario para que la lectura de estos textos conduzca, con toda libertad, al mejor descubrimiento.

El descubrimiento del SER. ¿Hay una mística del Ser? Pregunta sin sentido. Es necesario ir más allá.

Y en primer lugar, afirmar -con Fumet- que la belleza es el bien como objeto de contemplación. Sabemos que estas afirmaciones son provisorias. No nos vamos a quedar en ellas... Pero, ahora, si pretendemos alcanzar el Ser, debemos dejarnos subyugar por la Belleza.

No se trata de un método. Atendamos a una sagaz y fundamental crítica que hace nuestro Cartujo a los métodos. Está hablando de los Orientales y dice que aquellos han cultivado una técnica en sentido opuesto a la nuestra: aprender a prescindir de las cosas -sutiles y pacientes prácticas se ofrecen al peregrino de la interioridad. Es sorprendente que no exista en el Maestro Eckhart ni en Ruysbroec, ninguna traza de ello: los mejores trucos, los más eficaces -ellos piensan aparentemente- no deben ser recomendados. Hay también, en esta reserva, una sabiduría católica. Y dirigiéndose a su amigo interlocutor agrega, nuestro monje, para situarnos mejor con respecto a estos maestros espirituales: Nosotros estamos siempre cerca, como tú lo dices tan bien: bebemos en la misma fuente. Pero nos hallamos separados de la corriente común. La categoría de progreso, como ideal y como imperativo, domina hoy el pensamiento de todo el mundo, laicos y clérigos. Hay aquí una desviación fatal, principio de todas las demás, en la misma idea que se tiene de ello. -El crecimiento del poder confirma y revela siempre más nuestra impotencia: no lo podemos todo, salvo lo único que importa. Lo mismo vale en referencia a la acumulación de nuestros conocimientos; nuestra ignorancia crece con ella: a cada serie de descubrimientos, la cuestión -la sola verdadera cuestión- crece más, aún más frustrada que lo fuera en el estadio precedente. Se rehúsa tomar conciencia de este otro aspecto del progreso, el aspecto nocturno, iniciático, que invita al desapego, a la contemplación... Espero siempre en que la inflación verbal cesará, pero recrudece, de una manera que me parece fatal. Los hombres están locos: es sin embargo en el fondo del recogimiento que se reencuentra el punto virgen: allí todo comienza entre el alma y Dios.

Es ese punto virgen, precisamente, el que siempre nos interesa alcanzar. Pero del que nos apartamos cuando prestamos demasiada atención a las hueras palabrerías y conceptos, con lo que nos aturden los sofistas del hoy.

Retomamos la lectura del libro que tenemos entre manos y, en la página 789, Fumet nos dice que:

Dom... es menos atento que los hombres de hoy a esas experiencias de creatividad artificial que pueden arrastrarnos en una seguidilla de ilusiones contingentes sin brindar nunca a nuestra alma aquello de lo cual ella tiene fundamentalmente necesidad: el "recogimiento" sobre lo esencial.

"La huida del mundo -dice el Cartujo- es el primer paso de toda vida contemplativa, la aversión del mundo es más urgente hoy que nunca, si Cristo ha de encontrarnos. Nos es preciso huir del mundo para ser fiel -para enfrentar- en un mundo que está, él mismo, en fuga..."

"El proceso de degradación comenzó cuando el hombre se detuvo en el conocimiento y en el uso de las cosas -profanas o sagradas- sin que el amor sondeara la transparencia. La Escritura y el Dogma no revelan la Faz divina a los ojos distraídos: el silencio y el desapego han faltado primariamente a los creyentes, y es luego de un oscurecimiento de su mirada que el mal se ha convertido en aquél de un mundo. La separación, siempre más marcada, entre la vida interior y la especulación teológica, ha llevado al atolladero en el que nos vemos. Por antigua que sea la desviación, estamos llegando, parece, al punto de ruptura: la agitación y la prolijidad actuales denotan la impotencia para cubrir la falla. Adoptar la perspectiva totalmente extravertida de nuestra cultura, y pretender conservar algo de la visión bíblica y evangélica, es propio de los espíritus poco lúcidos: se enajena lo principal y luego se admira por perder el resto. Es el rayo visual en efecto que dispone, que reposa sobre el punto de apoyo divino. La experiencia contemplativa es aquella de una aurora: lo que se ve primeramente es el movimiento del cielo, el horizonte zozobra, las grandezas (las medidas) y los vectores cambian de signo. Lo que parecía causa es un efecto; lo que parecía fruto del azar se revela como fuente y hogar (centro). Dulce revolución que deja aparecer la ligereza de la imagen donde se detenía, prisionera, la mirada del hombre exterior! La credulidad de éste ha crecido paradójicamente con las facilidades de la crítica. No hay otro remedio para nuestra cautividad que la audacia virginal de la mirada: es preciso cultivarla, reencontrarla, aún cuando sea al precio de una paciencia infinita.

Repito que nada me atrevo a agregar a estas palabras... Continuarán todavía, hasta finalizar el texto que nos interesa. El recogimiento sobre lo esencial nos da una pista que ya no abandonaremos.

Pero hay una nueva dimensión. Recordamos nuestra lectura de la primera parte y el descubrimiento de la creaturalidad o caducidad de las cosas. El desapego se halla en este orden y es condición para la conversión de la inteligencia.

Seguimos con el texto, ya que esta visión de las cosas y del mundo, podrá proporcionarnos una explicación y señalarnos un camino de vida contemplativa.

Y éste será practicable, precisamente hoy, como lo veremos en su momento.

Sigue hablándonos nuestro monje Cartujo:

La visión del mundo que nos brinda la información exterior se halla pues invertida (lo más surgiendo de lo menos, lo sensato de lo fortuito; el pensamiento, de las cosas; la moral, de lo físico); está sujeta por otra parte a las metamorfosis donde lucen grandes bellezas, pero que no liberan sino ilusoriamente, un muro caído descubre otro detrás y éste otro más, siempre asfixiante. La misma facilidad y la aceleración de los cambios de decorado cósmico fastidian el sentido y el pensamiento. Lo que no quiere decir que este proceso desemboque en la pura vacuidad de una noche del espíritu: sería demasiado hermoso. El panorama movedizo e inestable es una pantalla opaca y se impone con el peso acrecentado por su impulso amorfo al hombre condicionado por su cultura. (Una nueva credulidad resulta paradójicamente de la crítica vuelta banal y hasta mecánica). Nadie sueña con cuestionar esta imagen, se disuelve en ella, con una solicitud necia, el alimento del espíritu, estético, metafísico y religioso. Es preciso hacer un largo camino en el silencio para sustraerse a la fascinación de esta banalidad.

Nuestra civilización es una inmensa empresa de publicidad, -publicidad en favor de esta forma misma de vida y de pensamiento, dominada por la aceleración de los circuitos económicos. La tendencia es la de esperar de esta aceleración misma la solución de todos los problemas humanos. La gran propaganda se halla naturalmente desprovista de estilo y de sabiduría: ella da el tono a la sociedad en la cual se afirma. Sus éxitos más señalados son los que logra en la esfera religiosa. Además de ligarse inconscientemente a la noción comercial de libertad, se convierte en alabanza del mundo; parece percibirse que el mundo es bueno y se lamenta no haberlo dicho bastante recientemente y en el pasado. En otra cultura, entre los Griegos por ejemplo, semejante aserción hubiera significado que el cosmos es bueno a contemplar; en la nuestra, confirma el sentimiento inculcado por la propaganda que el mundo es bueno a consumir. -Es este el sentimiento vulgar contra el cual nos pone en guardia la sabiduría evangélica, antigua y oriental. Ella nos repite que el mundo, tomado como objeto de fruición, nos desencanta, nos enajena y nos esclaviza y domina. La distinción entre el utendum y el fruendum fue formulada por San Agustín con la nitidez de un coup d’epée: desde algunos años solamente el pensamiento religioso da, al respecto, signos crecientes de confusión. La crítica de la ascesis, la auto-acusación anti-ascética, que en poco tiempo se ha convertido en uno de los temas favoritos de la literatura eclesiástica, podría ser citada en un tratado de técnica publicitaria como un ejemplo del condicionamiento de las mentalidades que supera las esperanzas de los empresarios...

Estas citas van delineando, perfilando una figura. No sólo nos dicen algo decisivo acerca del mundo en el que estamos, sino que nos adelantan mucho acerca de cuál deba ser nuestra actitud y cuál la misión que nos compete.

Por ello continuamos con nuestra lectura, con paciencia y atención.

Por libertad religiosa, todo el mundo entiende hoy la facultad de elegir entre dos opiniones inverificables: esta libertad de conducta concierne a cosas que no son propiamente ni ciertas ni verdaderas. Frente a la verdad, no sólo no tenemos opción, sino la no-opción -la ausencia de duda- es esto mismo lo que nos hace libres...

Y en otro lugar, en carta a un hijo de Santo Domingo, añade nuestro Cartujo, hablando, precisamente, de la libertad de los hijos de Dios:

libertad que permite explorar la transparencia interior, que no comporta ni hábito ni término; se la reencuentra allí, siempre en el primer instante de la primera mañana, donde todo recomienza entre el alma y Dios. Todas las demás libertades de las cuales se habla, no son más que ecos débiles y lastimosos de aquella libertad.

Y proseguimos con el texto que estábamos leyendo:

Si lo que se quiere intimar es el imperativo de no poner al servicio de la verdad sino los medios que son dignos de ella, nada es más fácil que expresarlo con términos exentos de equívoco. La verdad rige la benignidad (douceur): es palabra del Evangelio y puede seguírsela tan lejos como se quiera, más lejos que Tolstoi, más lejos que Gandhi, hasta el fin de la afirmación, sin arriesgarse al menor malentendido. -Pero parece que se quiere, sin malicia, salvar los dogmas y hacerlos aceptables abandonando la noción de verdad liberadora (sola liberadora): es arrojar la princesa al mar para salvar la nave que lleva sus adornos.

La vocación contemplativa del hombre se halla afirmada en el Evangelio en términos tan nítidos como lo está -por ejemplo- en los Upanishads; -mientras que para su misión de creador (y de consumador), se buscará allí en vano la más pequeña recomendación, la más íntima prueba de estima. Puede ser que esto sea fastidioso, pero es un hecho, y toda consideración sobre la actitud del cristiano ante un mundo "en plena transformación ", para ser un poco leal, debe comenzar por esta constatación.

Semejante situación no parece propicia para la vida de contemplación. Sobre todo cuando el mundo conquistador va desembocando en una suerte de oscuridad, que no parece ofrecer mayores alternativas.

El plan que seguíamos en los textos citados, ¿es posible o resulta pura utopía?

La respuesta más prometedora será hallar el lugar que corresponde. Es decir la vocación, aún en medio de las asperezas y de la usura de la historia.

No creo yo que haya tiempos más o menos favorables. Si el hombre quiere puede trascender su propio tiempo como cualquier otro. Y los trabajos que ciertamente perduren y las fatigas que parezcan abrumarlo, serán todos motivos o acicate para adentrarse más en el Misterio.

Continuemos con otro texto de nuestro Venerable Padre Cartujo: sus admirables respuestas en una entrevista, La Nada y los Místicos, que le hiciera la revista La Table Ronde. Allí mismo comentó algunos textos de Heidegger y nos abrió, ampliamente, el horizonte de nuestro camino...

Veamos. Cito, solamente, algunas frases, que contienen lo que más nos urge ahora:

Heidegger se presenta en este libro (Holzwege) como un historiador de la filosofía occidental, de la que registra el fracaso, desde los presocráticos hasta nuestros días. Ocúpase del famoso texto de Nietzsche sobre la muerte de Dios. La aserción de que Dios ha muerto no significa en Nietzsche la certeza de un ateísmo banal: es la constatación angustiada de un hecho que domina nuestra historia y la concluye. La conclusión es que Nietzsche apela al nihilismo. Occidente se dice en alemán Abendland: tierra de la tarde; es el país donde mueren los dioses. Desde el origen, suben al cielo como astros de fuego para declinar y extinguirse a intervalos cada vez más próximos; el resto es un detalle: este acontecimiento colosal y monótono es el único que vale la pena retener. El Occidente es el país donde los dioses mueren: ¿porqué?

Entre las afinidades que lo ligan a Hölderlin, es posible que se encuentre ese sentimiento de que los dioses son púdicos. Es también una afinidad con los contemplativos de Oriente: "lo real es un vaso sagrado: -quien lo toca, lo daña-, quien lo ase, lo pierde." Sea lo que sea, él ve en la avaricia y la avidez del hombre occidental la falta inicial que hace perecer sus dioses. Lo que ya está presente, a su juicio, en el vocabulario de Platón, que confunde el ser con el ente. El Europeo quiere asir sus dioses, apropiárselos, concebirlos y tenerlos, en lugar de dejar ser el Ser...

La trayectoria se vuelve en cada siglo más corta y más baja: hoy, ni siquiera suben al cielo, se extinguen luego de algunos años de vuelo en el nivel cósmico o político. La civilización técnica señala el último grado de nuestro error: los dioses abortan, entramos en la noche.

Que el desarrollo del poder material sea fatal es cosa evidente para Heidegger: hizo crecer en progresión geométrica los riesgos, y el término, ya visible, es "el horizonte de las máquinas descompuestas ".

Esta visión se opone curiosamente al entusiasmo necio de muchos clérigos y de fieles del Padre Teilhard: la cultura técnica no fabrica, hablando con rigor, más que distracciones y explosiones. Lo que es peligroso, nota Heidegger, no es la bomba atómica, es el nihilismo denunciado por Nietzsche. Nietzsche ha querido superarlo, pero él mismo es su presa: no supone otra escala de valores, y toda filosofía de los valores es nihilista, que no se sustraiga al firmamento del ser. Los valores huyen, se devalúan, nada puede frenar su inflación, -el hombre es el juguete de la caída de los valores (retruécano heideggeriano), del nivel moral al político, del político al financiero... Lo que es peligroso, es la voluntad de poder del hombre que ya no domina ninguna visión, el inexpiable conflicto de quereres ciegos bajo un cielo cerrado.

Interrumpimos el texto que estamos leyendo, para aclarar otra circunstancia muy próxima a esta, y que nos basta sólo enunciar. Se trata del optimismo ciego de tantos cristianos contemporáneos con respecto al mundo. Algunas afirmaciones de L. Bouyer, aquí intercaladas, nos servirán para afrontar, luego, la respuesta que nos proponemos.

Dice así Bouyer, en un viejo artículo suyo, de la revista Vie Intellectuelle, titulado Christianisme et Eschatologie:

No "la conversión del mundo ", sino "el odio del mundo", he aquí lo que aguardaban los apóstoles yendo a predicar el Evangelio. Enemistad del mundo, cada vez más manifiesta, y reconociéndola cada vez más como radical y definitiva; pero también, al mismo tiempo, "victoria sobre el mundo ".

Los dos son inseparables... prosigue Bouyer, pero nosotros nos detenemos en este lugar. En efecto, no es extraño, no debe asombrar el derrumbe de un mundo asfixiante sumergido por la técnica y la vana ilusión del progreso indefinido. Este mundo que aparece bajo un cielo cerrado, es el que rechaza, el que no quiere... Y es con este odio y rechazo que el contemplativo debe contar hoy y siempre.

La ilusión de un ambiente propicio, o por lo menos tenido por tal, no tiene lugar en el horizonte de la vida.

Ahora, retomemos las enseñanzas de nuestro Monje, seguros que cuanto nos dice no está reservado a situaciones extraordinarias o privilegiadas, sino a todo aquél que movido y tocado por la Gracia vaya peregrino donde y como Dios quiera.

Y señalamos una frase suya, más que oportuna, que podemos adoptar como una guía en el discernimiento de lo que se dice y de lo que se hace: ..Es siempre la cuestión, con los principios y las verdades, aún incontestables: todo depende del nivel en el cual se los hace sonar.

Y, por fin, nos empeñamos en traducir algunos párrafos que, él mismo, tradujo para sí, de los Holzwege. El lector perdonará toparse con una traducción de otra traducción, pero nos es muy interesante la lectura que el Cartujo hizo de estos textos. Helos aquí:

La verdadera afirmación de un ser por sí mismo no habría de ser en ningún caso el entumecimiento en un estado accidental, sino más bien el abandono, la rendición al secreto surgimiento de su propio origen, en la fuente de su ser.

¿Estamos, históricamente, en nuestro ser y en nuestro arte, en la fuente? O, también: ¿Somos, históricamente, en nuestro ser y en nuestro arte, en la fuente? ¿O no se trata, más bien, que en nuestro comportamiento con el arte nos relacionamos sin fin a conocimientos formados en el pasado, conocimientos del pasado?

"Dios ha muerto " significa que el mundo suprasensible no tiene más virtud ni eficacia. No da más la vida. La metafísica, es decir, para Nietzsche, la filosofía occidental como platonismo, está en su término... Si Dios como fondo suprasensible y como fin del ser ha muerto, si el mundo suprasensible de las ideas ha permitido su necesidad, su virtud de alerta y de edificación, nada queda a lo cual el hombre pueda pedir dirección o apoyo. También Nietzsche prosigue: "¿No erramos ya en la nada infinita? ". La frase "Dios ha muerto " afirma justamente que ese vacío se expande. "Nada" quiere decir aquí: ausencia de un mundo suprasensible e imperativo. El nihilismo, "el más siniestro de todos los huéspedes", se halla a nuestra puerta. -El nihilismo, pensado en su esencia, es el movimiento fundamental de toda la historia del Occidente. Tiene un alcance tan vasto, tan profundo, que no puede tener otras consecuencias que catástrofes mundiales. El nihilismo es el movimiento histórico mundial de los pueblos de la tierra arrastrados ya en la esfera del poder.

La técnica es, en la afirmación del poder y la voluntad de imponerse del hombre, la organización incondicional de seguro absoluto sobre la base de una aversión universal y objetiva de la Pura Relación.

La PURA RELACIÓN, concluye el Cartujo, es aquello que deberíamos tener con Dios.

Otros auténticos apotegmas podemos citar de nuestro Monje y creo que acabarán por ilustrar y señalar con vigor, lo que intentamos decir aquí.

Los textos son la cosa que menos falta. Usted lo sabe tan bien como yo; nada se halla en los textos, solamente se encuentra allí lo que Dios pronuncia en el alma. La ratio studiorum debería acompañarse por una ars obliviscendi: importa que el hombre aprenda, pero cuánto más que desaprenda las cosas adquiridas! Que la inteligencia se recuerde de su virginidad y de su soledad, ella que debe a su pura esencia de ser siempre nueva y hallarse desnuda, en el primer instante de la primera mañana!

El espíritu que asciende hacia el encuentro interior atraviesa el tiempo en oblicuo como un relámpago, su vida no es conquista, adquisición, progreso, sino despojo liberador.

Porque el Señor no ha de tropezar con las satisfacciones menudas y cerradas de sus amigos que, por lo general, se quedan a mitad de camino, muy contentos con sus devociones y con sus cosillas. El espectáculo, tantas veces desolador, el desencadenamiento de una suerte de caos, el horror y el engaño de lo que no es Dios, permiten el despojo de lo vano y la liberación de los espejismos del pecado y de la muerte. Por ello el contemplativo es, con frecuencia, un testigo de altísima calidad. Y es, también mártir, desde luego.

La descripción de lo que decimos es imposible. Tenga presente el lector, sin embargo, que el alma descubre, este agobio y este dolor, como de otra índole, como diverso de lo que se califica como desgracia.

En efecto, la incomprensión y la soledad no la derrotan, aunque ahonden infinitamente su dolor. Más aún, la afirman con una especie de garantía que ha descubierto en el Misterio de su Señor Crucificado.

Más allá de las reducciones, a las que estamos habituados, aparece nítido el Cuerpo de Cristo-Jesús Crucificado, como libro abierto donde pueden leerse todos los misterios y todos los pasos de la vida. Hasta que, desde luego, se arriba a una sola y misma realidad, donde todo se ve y se conoce: la misma Deidad, el Misterio del Seno del Padre donde el Hijo recibe -como decía el Maestro Eckhart- toda su bienaventuranza.

Luego de lo dicho es necesario detenerse. Al menos un poco... Y recordar que nos es preciso ir más allá. Entonces caemos en la cuenta de lo que dice Un Cartujo:

...Para alcanzar el sublime objetivo, una sola cosa le falta al hombre debilitado y caído: la santa audacia que osa esperarlo todo de Dios, que sólo busca darse por entero. "¡Si scires donum Dei! "

...Debemos desligarnos de todo, hasta de nuestras insignificantes virtudes que nos interesan por el hecho de ser nuestras. Buscándolas con demasiado empeño, complaciéndonos con ellas, no adelantaremos ni un ápice.

Vivir de Dios sólo, y sólo para Dios, es el secreto profundo y el alma de nuestra soledad.

..............................

Cualquiera otra preocupación que no sea este único amor, es superflua; todo lo que no sea el infinito mismo es demasiado pequeño para el corazón humano.

No son muchos los espíritus capaces de reconocer la belleza de ese absoluto; de ahí la decadencia del mundo. Contados son los hombres que tienen suficiente audacia para confesar toda su debilidad, para reconocer su nada; contados son los que se atreven realmente a no ser nada y a ser considerados como tal: "Ama nesciri et pro nihilo reputari ". De modo que sólo aceptando íntegramente esa verdad con todas sus consecuencias ulteriores, puede uno prepararse al cumplimiento de las promesas contenidas en estas palabras de Nuestro Señor: "Dii estis et filii Excelsi omnes " (Sal. LXXXI, 6).

Es hacia ese fin que la Voluntad divina, por medio de la gracia santificante, conduce a aquellos... que se dejan transformar por Ella, crucificar por Ella y divinizarse en Ella. Esta es la Unidad que implora la oración sacerdotal... Mas allá de nuestra mísera santidad, de nuestra justicia impura o irrisoria, más allá de las gracias mismas con que nos hemos enriquecido, más allá de todo ideal social humano y hasta espiritual, más allá de todo afán por lo creado: sólo en Dios; allí comienza para nosotros y desde este mundo la vida eterna.

Ténganse muy presentes estas palabras, que evocan un silencio real y profundo, donde es posible hallarlo todo. INTERIORMENTE ya es hora de llegar a destino.


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jueves, 19 de febrero de 2009

HESIQUÍA (isihía)


HESIQUÍA (isihía): indica al mismo tiempo recogimiento, silencio, soledad exterior e interior, unión con Dios. Es un termino técnico en la historia de la espiritualidad monástica, que refiere el estado de quietud y de silencio de todo el ser del hombre, necesario para permanecer con Dios: es una concentración sobre lo único necesario (cf. Lc 10:42), buscada también mediante condiciones externas. De tanto en tanto, el término podrá referirse al solo aspecto interior y espiritual, o bien, a las condiciones externas que lo favorecen, o a ambas cosas.


Publicado por Hieromonje Macario (http://monasteriovirtual.blogspot.com/ )

lunes, 16 de febrero de 2009

La Tristeza - Evagrio el monje


El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a aquel que es prisionero de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni el generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de pasiones no es herido por la tristeza.

Evagrio el monje
Publicado por Hieromonje Macario- http://monasteriovirtual.blogspot.com/

sábado, 14 de febrero de 2009

EL DEMONIO DE LA TRISTEZA


Todos los demonios enseñan al alma el amor por el placer: sólo el demonio de la tristeza se abstiene de ello. Por el contrario, destruye todos los pensamientos insinuados por los otros demonios, impidiendo al alma sentir cualquier placer, insensibilizándola con su tristeza. Es cierto lo que se ha dicho: que los huesos del hombre triste se tornan áridos (Pr 17:22). Y sin embargo, si se lucha un poco, este demonio sirve para fortalecer al solitario. Lo convence de no acercarse a ninguna de las cosas de este mundo ni a ningún placer. Si persiste en su lucha, genera en él pensamientos que lo inducen a alejar su alma de este tormento o lo fuerzan a huir de ese lugar. Tal es lo que ha pensado y sufrido el santo Job, atormentado por este demonio: Ojalá pudiera echar mano a mí mismo u otro, a mi pedido, así lo hiciera (Jb 30:24). Símbolo de este demonio es la víbora, animal venenoso. La naturaleza le ha concedido, benevolentemente, el que pueda destruir los venenos de los otros animales, pero si la tomamos en estado puro, destruye la vida misma. Es a este demonio que san Pablo ha entregado el hombre de Corinto, que había pecado. Pero luego se apresura a escribir a los Corintios: Os ruego que confirméis vuestro amor por él, para que no sea consumido por la excesiva tristeza (Cf. 2Co 2:8-7). Y sin embargo, este espíritu que aflige a los hombres es capaz de ser portador de un arrepentimiento bueno. Y así también san Juan Bautista ha denominado "raza de víboras" a aquellos que han sido heridos por este espíritu, y que se refugiaban en Dios, diciendo: ¿Quién os ha enseñado ha huir de la ira que vendrá? Dad, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no penséis decir dentro de vosotros: a Abraham tenemos por padre (Mt 3:7-9). Todo el que ha imitado a Abraham y se ha alejado de su tierra y de su parentela, se ha vuelto más fuerte que este demonio.
Si alguno es dominado por la cólera, está dominado por los demonios. Y si alguien le sirve, éste es extraño a la vida monástica, un extranjero en las vías de nuestro Salvador, dado que el mismo Señor nos dice que Él muestra el camino a los humildes. Por tanto, cuando el intelecto de los solitarios se refugia en la llanura de la mansedumbre, difícilmente puede ser poseído, ya que no hay otra virtud que los demonios teman más que la misma. Ésta es la virtud que había adquirido el gran Moisés, quien fuera conocido como el más manso de los hombres. Y el santo David ha declarado que esta virtud es digna del recuerdo de Dios: Acuérdate de David y de toda su mansedumbre (Sal 131:1). Y también el Salvador mismo nos ha ordenado ser imitadores de su mansedumbre: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas (Mt 11:29).
Si alguno ha renunciado a manjares y bebidas, pero excita su cólera con malos pensamientos, ¡se asemeja a una nave que navega con un demonio como piloto! Con todas nuestras fuerzas debemos cuidar de nuestro perro y enseñarle a destruir sólo los lobos, sin devorar las ovejas, dando prueba de mansedumbre hacia todos los hombres.


Evagrio el monje

Publicado por Hieromonje Macario (http://monasteriovirtual.blogspot.com)

lunes, 9 de febrero de 2009

NUEVAS SENDAS EN LAS MONTAÑAS - P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P.






PREFACIO

Lector: Tienes en tus manos los testimonios de una lucha singular: esa que se desarrolla en lo alto o, quizá, en lo bajo y que no aparece manifiesta a la mirada indiscreta de nadie. Es el misterio admirable de las montañas del Desierto. Es el “Desierto Vertical”, que no tiene zona ni lugar preciso sobre este planeta y sobre ningún otro. Porque lo esencial esta velado a los ojos de la carne y sólo se deja descubrir de los “despojados” en el espíritu...

Pues bien, de todo ello trataremos de susurrar aquí alguna cosa para animarte en ese andar de peregrino en el que te descubres todos los días. Sabemos cuán grandes son tus deseos y con cuánta frecuencia los dejas frustrados a la vera del camino... Y no es cuestión de dejarlos caer así nomás. Es preciso, ahora y siempre, aprender algo de la transformación y de la realidad escondida, oculta por las apariencias que atraen y engañan.

No sé si hallarás consuelo en estos garabatos. No es mi pretensión resolver problemas insolubles ni dar con secretos mágicos. Lo que pretendo es leer más hondo, ver, sobre todo ver más profundo, con ese tercer ojo que nos ha sido regalado y del cual disponemos y nunca empleamos...

Aventúrate conmigo. No es el caso quedarse a la puerta sin decidirse. Emprendamos nuestro viaje en el Nombre de Dios.


JORNADA PRIMERA

No comenzamos por ningún principio sino por el mismo paraje donde nos hallamos en cualquier momento. Ese lugar y ese tiempo tienen siempre una raíz. Porque hemos de remontarnos, de algún modo, a la fuente permanente, al brotar primero del sol y del agua.

No desesperes pensando que falta mucho. Nunca falta mucho. Lo más probable es que llegues a tu destino en un santiamén. De un solo golpe.

Para ello hay que comenzar por callar e inmediatamente atender y escuchar... Luego, levantarse con presteza y sin titubeos ni dudas...

Hermano, no temas el dolor. Es preciso que ahora te arrojes sin mirar atrás ni a los costados. Muchas son las falacias y manifestaciones del enemigo. Sí, en verdad son muchas. Y, aparentemente, él tiene un gigantesco poder. Pero no es así, en realidad. Simplemente no ahorrará medios para disuadirte de tu partida y para asustarte no sé con cuáles fantasmas.

El arrojo comporta la liberación. Desde luego, lo repito, sin desviar la mirada. Ese arrojo es contemporáneo al olvido. Al olvido de cuitas y de planes, de ambiciones y de propósitos y, aún, de la “estatura moral personal”. ¿Sabes lo que es esto? Pues que no andarás más detenido en lo que tienes ni en lo que eres. Que te habrás liberado de ti en la medida en que no sepas otra cosa que lo que amas. O mejor: que no quieras a otro que no sea Aquél a quien amas y que te regaló su Amor. Sólo así llegarás a juntarte a Él hasta el punto que tú vivirás en Él y Él en ti, sin parecer que haya distinción o fisura o separación alguna. Y así es, más de lo que yo digo o pueda expresar en vocablos humanos.

Como nace el sol desde el oriente e ilumina toda la vastedad de un paisaje, así, a un tiempo, te introduces en el Misterio inefable cuyas manifestaciones no se han de detallar ni de explicar. Allí surge el sufrimiento que es, ante todo, comunión. En efecto, pasas en un instante, sin darte cuenta, al Corazón de JesuCristo. En las mismas alas del Espíritu eres portado y entrañado... Es esto, sí, no lo olvides, lo que efectivamente acontece...¡Cuánto habría que decir y nada, absolutamente nada, ninguna palabra puede pronunciarse acerca de esta realidad!

Ahora el “abandono” ha de ser total. Ahora nos descubrimos en el mismo Huerto para velar con Él. Sin condiciones. Por ello es preciso atender y no dormirse.

¡El Huerto! Un “jardín” del alma que pocos frecuentan... Es muy posible que la oscuridad lo cubra con su manto... Nadie ve, nadie sospecha... Todo es secreto. Las horas transcurren en silencio, en soledad: “sin modo ni manera” acertaríamos de decir. Aunque se desplome un mundo por fuera permanece este ámbito muy dentro. No tiene tiempo ni espacio. Se trata de “otro tiempo” y no hay camino alguno para llegar a él.

En el Huerto nos hallamos en silencio y en Él... En el Huerto podemos estar siempre, porque hemos de aceptar –cada vez, en libertad- la invitación y la vocación a velar con Él “una hora”. Y sin embargo descubrimos la connaturalidad admirable con tan noble situación. Pareciera (y es así nomás) que toda nuestra vida y nuestro respiro adquieren en esa y esta Noche su sentido y su lugar propios.

Es, pues, en Él y allí. Dígase como quiera decirse. Vamos acercándonos cuando comenzamos a caer en la cuenta de algo muy nuevo y sorprendente. El dolor ha llamado a nuestras puertas. Ha llegado precedido por la sinrazón, por lo inesperado..., hasta por lo escandaloso... Porque ¡hay escándalos! Aunque no es cuestión de que nos escandalicemos.

Estamos en nuestro lugar que es el mismo, que es el Suyo. Nos hacemos cargo de una incomprensión infinita que vela la realidad más profunda. Porque ya no hay espectáculos. Éstos, como se dijo hace mucho tiempo, han pasado a la zona de la Bestia. Lo nuestro no es espectacular, no es notable pero es nobilísimo. Y no acabaríamos de tejer su elogio.

Sí, es en la hora del dolor, de la incomprensión, de la humillación... El “hombre noble” ha de saber que lo más alto es abandonar, es decir: descender. Se decía en un tiempo que “cuanto más se es, más hay que dejar de ser”. En efecto, la capacidad mayor ábrese a algo aún más grande que sólo se manifiesta en el descenso y, mejor aún, en la muerte.

Aquí está el secreto de la vida. ¿Cómo revelar la luz escondida, cuya magnitud –tantas veces- se torna oscuridad?

La única respuesta que conozco es abrazar el Misterio de la Cruz. En efecto: se trata de la aparente derrota, del abandono de todo poder engañoso y de la total consignación en la Providencia y Voluntad divinas. Desde luego que semejante paso comporta la continuación de una lucha y de una obra que es aún más fecunda porque se halla enraizada en el sufrimiento. Pero, entiéndase bien, en un sufrimiento que no es “propio” sino de Dios. Otra vez se manifiesta la luz de la hora en vela, de la hora en la oración de la Agonía... Es la hora “escondida” que se revela por sí sola, por la sola virtud de la Gracia de Dios.

La severidad de los tiempos halla su pleno significado y sentido en este abandono nuevo y en la aceptación de un verdadero martirio. En efecto, se trata de un testimonio luminoso y velado a un mismo tiempo. ¿Quién pudiera apreciarlo en verdad? ¿Quién descubrirlo? La grandeza de estas jornadas consiste, precisamente, en pasar por el silencio y en manifestarse en la soledad.

JORNADA SEGUNDA


Desde lo profundo. En medio de los acontecimientos..., escondida en sucesos de todo tipo, aparece una llama singular. Quisiéramos que todos la vieran o, al menos, la tuvieran como cosa nuestra, como salida de no sé qué mundos nuestros... Y, desde luego, que no se nos escapara nunca. Tranquilos con el botín conquistado no sé dónde ni en qué tipo de aventura...

¡Ah! Si pudiera establecer una frontera, levantar una muralla y alzar esas torres que a todos imponen respeto. Ahora bien, hace mucho que el camino se alejó de esos parajes y nos encontramos, ahora, al pie de las montañas, muy distantes de los puertos donde nos embarcábamos ayer.

¡Cuántas diferencias! Y, sin embargo, a pesar de las sorpresas, las aceptamos así no más. Queríamos encontrar una región que nos comunicara su armonía, su paz, su quietud... ¡Quién nos diera lo que en ninguna parte se halla! Pero ¿cómo formular, así no más, esta pregunta, sabiendo dónde está –desde siempre- lo que buscamos?

“Señor ¿dónde moras?” Porque mi gozo, mi alegría y mi paz... sólo eres Tú mismo. Y lo único que importa es allí, aquello, donde vienes, donde estás. Y es el momento que no conozco más retiro que ese corazón que eres Tú mismo y que soy yo en Ti o, mejor, Tú en mí...

Pero eres Tú... Quiero decir: no soy yo, porque yo mismo no soy. Eres Tú, el Único, que no hay otro... Y, ahora velando, descubro tu Presencia en el Huerto, en el Huerto que, de algún modo, es mi propia tierra. Tierra que, sin cesar, desde el principio, riegan tus lágrimas, tu sudor, tu sangre.

En esta tierra pues... ¿No es éste, quizá, el campo donde el tesoro se halla escondido? ¿Y hemos de darlo todo por comprarlo? Sin duda. Porque allí está el secreto, aunque nadie acierte a verlo. ¡Cuántos acabarán diciendo: “es locura”! La mayoría nunca ve ni esto ni aquello. Pero ¿qué importa? No hemos nacido para las votaciones de un mundo vano sino para que el mismo Dios naciera en nosotros.

Y para mejor inteligencia de todo esto ha de saberse que aquí están las razones celadas de lo que vivimos y padecemos diariamente.

Porque el Huerto es lección a la hora del martirio. Y los tiempos parecen reclamar testimonios insospechados. La Historia, en efecto, camina con mayor rapidez a su acabamiento y el Amor de Dios no se retrasa.

Quizá no se reconozca después de un solo golpe de vista el sentido de tantos pasos. Quizá nos preguntemos, una y otra vez, el “por-qué” de esto o de aquello. Sobre todo cuando el “padecer” nos agobia y no hallamos consuelo ni salida. Pero hemos de saber muy bien que todo es camino que nos conduce hacia el Fin.

Porque es hora de decirlo, y con todas sus letras, un feroz racionalismo ha levantado barreras que se muestran infranqueables y nos arrojan en un mar de dudas y de perplejidades. En efecto, perdido el sentido sobrenatural (digámoslo así) de nuestra vida, eliminado el lugar de Dios, ya no tenemos existencia verdadera; sólo somos sombras que vagan en los bajos territorios sublunares, perdidos, sin destino.

Recuérdese siempre que habiendo sido el hombre creado a “imagen y semejanza de Dios” sólo halla en Dios su sentido, su centro y su vida. Y habiendo sido redimido y elevado en inefable nueva creación, no puede ser concebido sin la Gracia.

Por ello es preciso reconocer a los impostores que impiden el camino de los pequeños y su ascenso a las montañas. Esgrimen razones y más razones, se amparan en pretendidas ciencias y apabullan con sus magias de laboratorio... Pero no pueden más que causar ciertas inquietudes a los no advertidos con su huera palabrería. Nada más que inquietar o atemorizar con insufrible jerigonza. Pero nada más. La respuesta será seguir adelante con total entrega y confianza en Dios.

No se haga caso de la necedad, no se oiga la predicación de la mentira. Resonarán siempre, como terrible viento y terremoto en el desierto, las voces cacofónicas de las tentaciones, en tediosa repetición. No hay poder por ese lado. Son los fantasmas los que apabullan. La Realidad es más profunda. No existe nada en el nivel superficial al cual tantas veces se presta atención.

Recibida, en el corazón, la Palabra Divina, resuena allí profunda siempre con nuevas y deleitables armonías. Sigue ese maravilloso coro ejecutando las mayores sinfonías. Y a ello sí debemos atender, abriendo el corazón a la vida nueva. Y no hay laberintos que debamos atravesar sino recibir el don en la simplicidad luminosa de una pureza que Dios mismo da, transformando en templo viviente el corazón de sus hijos.

¿Cómo descubrir semejante deleite? ¿Cómo penetrar en el Misterio que todo lo envuelve? Una suprema y altísima fuente se abre, inmensa, para nuestro deseo... Se trata, nada menos, del SILENCIO DE DIOS...

En efecto, Dios rechaza toda violencia y calla ante la agresión de los hombres. El primer paso de toda actitud auténticamente liberadora consiste en renunciar a cualquier imposición. La fecundidad está en el padecer, nunca en la coerción totalitaria... Desde luego que se trata de la esfera personal, porque no hablamos aquí de otro orden. Pero el Padre cuenta con adoradores en espíritu y en verdad, por tanto con aquellos que, al solo modo del Hijo predilecto, asumen el misterio de la Cruz del cual participan por Gracia. Padecer es resucitar...

La historia contemporánea proporciona situaciones pródigas en ocasiones de lucha y de prueba. En efecto, hoy más que nunca nos damos cuenta de la inutilidad del uso de la agresión, descubriéndose, en toda su amplitud el valor de la resistencia y la constancia. Esta perspectiva parece ahondar en un camino de muerte, porque precisamente la fecundidad y la victoria se manifiestan con semejante rostro. Será preciso continuar la peregrinación y padecer, ofreciendo en sacrificio todo aquello que se nos presenta a nuestra mirada atónita de testigos.

Pero sin desfallecer. La sorpresa que nos aguarda en cada esquina es demasiado grande. Esto es así y así, con coraje, debe ser recibida y asumida en el ámbito superior del Misterio. Con entero abandono y confianza en la acción y presencia de Dios, aún cuando experimentemos una ausencia imposible de describir. La Fe ha de desnudarse de toda vestimenta que oculte su único y solo esplendor. Y nuestro corazón reposar con mayor dejadez en el Corazón del Señor...

En este andar, tan especial y difícil y, sobre todo, tan inesperado, hemos de descubrir el camino más alto que no tiene programas ni métodos. Los valles y montañas, que vamos atravesando, son la ocasión de una sublime pedagogía pero, también, de una realidad que se hace patente sólo cuando no nos queda ya oportunidad alguna para elegir a nuestro capricho.

Es el acontecimiento privilegiado, sin calificaciones, que supera nuestros tratados y, sobre todo, que supera la razón y lo razonable. Ya estamos más allá de los pronósticos y de las maneras atendibles. Nuestra lógica nos decía que resultaba más coherente y proficuo un aire, un lugar o un ambiente determinados o, quizá, hasta una institución mejor que ésta o aquélla. Lo lógico sería, ahora, huir de Roma ante la persecución desencadenada y ante los peligros que son evidentes y que se pueden adivinar según lo padecido hasta aquí. Pero he aquí que la presencia del mismo Señor, presencia silenciosa y tenue, casi imperceptible, nos cruza, atraviesa los senderos de fuga, portando la cruz e indicando que Él va precisamente a Roma para que lo crucifiquen de nuevo...

Al alba del día siguiente, luego de convencernos de que debíamos permanecer, surge la terrible duda. ¿Será así realmente? La insoportabilidad de los hechos y de los rumores, las amenazas y los fantasmas son de tal envergadura que tornamos al punto de partida, sin atrevernos a resolver nada nuevo. Ni partir, ni quedarnos.

JORNADA TERCERA


Nuestro nuevo paraje es éste mismo. La duda se ha presentado en el dintel de nuestra puerta... ¿Y ahora? Es natural pedir algún consejo... No hallamos a nadie en este desierto sin confines. ¿Abrir la Biblia al azar? Tampoco, tampoco. No es seguro. El problema está precisamente ahí, a saber: no es seguro, no encontramos ya “seguridad”.

La situación es desagradable. Por otra parte, para colmo de males, se acercan y nos cercan problemas de toda especie. Son como latigazos, cuestiones sin respuestas ni soluciones. En suma, no hay recursos para salir del atolladero. El sitio es completo.

Pues, entonces, ¿adónde y a quién preguntar? ¿Es posible hallar “seguridad”? Lo que supimos ayer, lo que entonces nos parecía evidente y seguro ahora tambalea. ¿Qué es esto? ¿Y nuestra “memoria”, y nuestra firmeza, y todo eso que debería prestarnos ayuda?

Sólo el silencio responde, un silencio, a veces, aterrador. Y nosotros nos quedamos en el mismo lugar o escapamos precisamente por donde no hay que ir.

El deseo es medida grande. Sí, sin dudarlo en ningún momento, debemos estimar en mucho esa tensión que nos empuja y que nunca nos deja conformes. Pero para hacerlo con tino, para sacar el agua pura del hondo pozo, hemos de aceptar con gozo el lugar en el cual nos hallamos. No hay ni puede haber otro mejor. “Deseo” y “aceptación” se complementan una y otra vez, siempre.

Pero ¿qué es lo que, en realidad, deseamos? ¿No hemos comprobado más de una vez lo difícil que resulta reconocernos? No nos vemos como nos ven, ni nos oímos como nos oyen... Entonces, ¿será verdad que deseamos realmente lo que se nos antoja ahora mismo pretender? Al menos demos un espacio a la quietud y a la meditación... No somos, desde luego, eso que suponemos o eso que deseamos...

Las precisiones son inalcanzables en este campo en el cual nadie puede definir ni dominar... Sólo Dios sabe y si alguna luz tenemos acerca de las cosas más altas a Él la debemos. Pero no es de explicaciones de lo que ahora nos ocupamos. Vamos a lo más simple, a lo más inmediato.

Hemos comprobado que no alcanzamos seguridades absolutas, ni definitivas soluciones, ni estados ideales... Sabemos que no abriremos este o aquél libro al azar y hallaremos la “respuesta milagrosa”. Nada de eso, porque la respuesta para mí es, ante todo, mi propio ser recibido y, desde luego, la Fe.

¿Entonces? ¿Qué es lo que buscamos? ¿Está siempre inquieto nuestro corazón? ¿Sabemos lo que realmente queremos? ¿Cómo entender e interpretar sucesos y hechos dolorosos, que acaecen por aquí o por allí, en un mundo tan complejo? Y, desde luego, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestra vida espiritual?

Los pasos de nuestras jornadas se tornan cada vez más complejos y difíciles, es cierto, y tienen la particularidad de distraer y desordenar nuestro andar... Pero hay una realidad más profunda y esto es lo indiscutible. Toda nuestra ansiedad y nuestro dolor se debe a no atender las honduras y a quedar alcanzados y prisioneros por los artilugios de un enemigo que constantemente procura descolocarnos... Por ello los fantasmas son feroces y terribles para acobardar nuestro paso y dejarnos a la puerta de entrada sin poder pasar más allá.

La clave de todo es volver presto y sin dilaciones al corazón más profundo. Y es ésta la respuesta que damos y nos damos: Si el Señor ha venido a habitar íntimamente en el corazón, precisamente a hacer su morada, a morar allí mismo entrañándose, es este acontecimiento lo primero que debemos atender. La realidad de la Presencia que, por otra parte, funda nuestro ser, ha de acaparar, inicialmente, toda la atención y el cuidado, hasta el punto de dar razón de todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Y sabemos que lo expresamos débilmente, que no alcanzamos a decir casi nada y que nuestro lenguaje es apenas un ensayo, incapaz de reflejar la magnitud de lo que intentamos insinuar.

Se quiere señalar aquí el principio y el contenido de la vida. Su más alta dimensión y sentido. Eckhart y Tauler hablaron del nacimiento de Dios en el alma. Creemos decir ahora lo mismo, ya que se trata de uno y de lo mismo...

Pero no hemos de descuidar la doble perspectiva: un mundo exterior y una dimensión de profundidad. Ambas no siempre se encuentran, sin –tampoco- permanecer paralelas. Aquí hay dos caras y poseen una interesante particularidad: están muy cerca y enormemente lejos ¡y tan lejos! como lo están el anverso y el reverso de una hoja de papel, las cuales no podrán superponerse jamás.

Se trata de lo que llamamos el misterio de la hondura. Sólo lo alcanzamos por símbolos o metáforas. Y su descubrimiento se vuelve esencial...

Con esta maravillosa noticia, firmes en la Fe, pasamos a la

JORNADA CUARTA


Los pasos en el ámbito de la profundidad comienzan en el día más nublado, cuando todo parece callarse o nada abre camino. Es condición de esta aventura no hallar senda alguna ya abierta. Y no ha de acobardarse el peregrino. Por el contrario, deberá desafiar la oscuridad y arrojarse hacia delante, abriendo camino él mismo con confianza.

Y no ha de dudar. La certeza está íntimamente arraigada en el corazón en virtud de la Gracia divina. No es posible ya detenerse. Aunque vengan degollando; aunque nadie se conmueva. Nada importa. El peregrino ha de lanzarse con la máxima confianza... ¡DIOS ESTÁ AQUÍ!

Y esto es lo que cuenta. No hay más, porque Dios ES TODO. En mil acontecimientos, en los lugares más insospechados... ¿Qué necesidad de mayores aclaraciones?

Pero es verdad que se trata de una soledad insospechada. Es una soledad en verdad repleta, es la soledad menos solitaria... El peregrino descubre la hondura de su propio corazón como morada verdadera. Y sabe que la hondura de su corazón es hondura de Dios. Efectivamente, ya no debe buscar fuera ni lejos; ya no tiene por qué preguntar a nadie... Íntimamente sabe que el Señor se da, viene a él a morar en él. Vendremos a él y haremos en él morada...

Esta morada es única e irrepetible y no sufre comparación con ninguna mansión de la tierra. Es claro que no podemos imaginarla, pero la sabemos entrañable y entrañada, más real que cualquier otra cosa.

Cuanto más entramos en ella, más desaparecen sus contornos (que en realidad no tiene); cuanto más se hace nuestra menos nos parece poseerla...

Es esta morada nuestro mismo corazón que ya no reconoce distancia alguna con el Señor. Hacer morada comporta una transformación inefable que no corresponde describir sino abandonarse a ella. No existen calificativos ni es oportuno buscarlos. Es la más simple y confiada aceptación, a pesar de los índices negativos que puedan percibir los sentidos exteriores o las impertinencias del mundo ya definitivamente dejado lejos.

JORNADA QUINTA


Ahora han de derrumbarse los bastiones y las murallas... Desencájate y sepárate, deja que se desprendan esas costras y que desaparezcan los disfraces. Despégate de todo, ya no permanezcas en las cosas sino apenas cerca de algunas de ellas. El llamado DESASIMIENTO es ya, sin tardanza, tu camino y tu ambiente.

Pero, me dirás, ¿cómo es eso que me invitas a un paso negativo en el que sólo sé lo que debo dejar pero no a lo que he de adherir? Y yo te respondo así: si dejas lo que te cubre y disfraza, si te apartas para siempre de todo lo que te oprime, si te olvidas de opiniones y usos implacables y, sobre todo, de lo que tu alma pretende con obsesión...; entonces –no lo dudes- se descubrirá tu corazón y lo que en él se oculta, tendrás a raudales el agua pura escondida en la hondura de la tierra y aparecerá luminoso tu bien...

Es claro que la luz precede, porque la Gracia es desde luego anterior. Pero tú no lo sabes. Lo único que puedes entrever es que Dios te llama. La puerta de tu corazón recibe el llamado del Señor. No tardes, no, en abrirle, pero despójate de todo lo que impida su paso y su habitación en tu alma. Si te quedas libre Él ocupara todo el lugar.

Ahora bien, ha llegado el momento de atender y de disponerse al Misterio. Fíjate: ni hoy ni ayer tienes enemigos que aparezcan claramente a tus sentidos, enemigos que puedas señalar y, consecuentemente, cuidarte de ellos. Tampoco logras diseñar doctrinas o ideas (por llamarlas así) que se te opongan con claridad. Tienes, sin embargo, la experiencia y la certeza de la lucha. Sabes que hay asedio y que hay pruebas y tentaciones; sabes, en suma, hasta qué punto la vida es “milicia en esta tierra”.

¿Entonces? Esto es secreto porque está escondido, pero es un camino de contemplación altísimo... Tu oponente no tiene perfiles: es el sin-sentido, la sin-razón, lo indeterminable –al menos por ahora. Frente a este enemigo has de confesar tu Fe. Es una afirmación heroica y sin testigos. Sólo tú eres el testigo, sólo tú y Dios. Es este el “abandono” verdadero, una participación (si quieres decirlo así) del único abandono del Señor. Tu grito se asimila a aquél inmenso ¿por qué?, que resuena en toda la Historia y que en transformación misteriosa y gloriosa halla su sentido pleno en la Eternidad.

Vuelve constantemente a este centro. Aquí se cumple la Voluntad divina. Tú ruegas todos los días para que así sea. La vida es un gigantesco Amén. Pero es necesario trascender los límites de nuestra estrechez. Si queremos la Voluntad de Dios (y aquí está el secreto admirable) es preciso dejarla... Sí, dejar la Voluntad de Dios por la Voluntad de Dios. ¿Qué quiere decir esto? ¿No lo entiendes? En efecto, no puedes reducir a Dios a ninguna medida. ¿Qué es la Voluntad del Padre? Desde luego que es Él mismo... No hay distinción entre Dios y su Voluntad, enseñaba el Padre Vayssière... Pues bien, entonces abre el alma y deja que el Espíritu hable en el lenguaje que sólo entiende el corazón en secreto. Y, sobre todo, abandónate, sin detenerte en nada.

JORNADA SEXTA


Abandono quiere decir: dejar ser el Ser. Respeta profundamente la presencia de la vida. Pero, al mismo tiempo, implica dejarte levantar sobre todas las creaturas... Déjalas, en efecto, a todas. No te detengas más en el camino. Los sempiternos enemigos del alma amenazan con no sé qué escrúpulos. Vuelve a tu interior en silencio; escucha atentamente el silencio. Fíjate bien: has buscado aprobaciones por todas partes, esperas el asentimiento de un lado o del otro... Quieres asegurarte y te empeñas en obtener toda clase de certificados y de pruebas... Como si cada paso de la vida precisara de una demostración... Y no ha de ser así. Repara en un hecho indudable: Dios mismo no te sujeta ni está a tu vera para medir tus pasos. Está en ti, en tu corazón y tú vives y subsistes en Él. Pero no te sigue Él a ti para ver qué haces ni controla tus movimientos. La realidad es otra, la verdad es diferente.

Sigue pues tu andar, no te detengas por el vértigo que sientes ni por la espiral que se abre a tus pies. El honor del “abandono” consiste, propiamente, en no aferrarse desesperadamente a nada. Siente con coraje la ausencia. Es ésta una prueba maravillosa. Deja que el dolor te llague, no temas las heridas ni los rasguños del camino... Es honor del peregrino llevar en su cuerpo los sellos de la Pasión que el Señor regala y participa. Esos signos no se ven ni aún se manifiestan con la claridad que deseáramos, porque son más luminosos y más profundos que nuestra capacidad de descubrirlos. ¿Qué más da? Son siempre un don, un decoro del Amor Infinito, que sólo se hace oír en el silencio del mismo corazón.

Calla y sosiégate. El abandono es prenda de paz. Estima más tu silencio que tus pretendidas obras. Los latidos de tu corazón valen más que todo lo que puedas decir o hacer. Retírate, cálmate, ora. Aquiétate una y otra vez. Necesitarás muchas ocasiones y se te darán las oportunidades (no las desaproveches) para ingresar e introducirte en el Misterio que es tu vida...

Tienes la certeza del invariable Amor Divino. Lo repito: abandónate confiado. Que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha. Ríe y llora, dale todo a Dios...¡olvídate! Deja que todo quede crucificado aguardando la muerte salvadora y la transformación que esperamos.

Déjate absorber por el Fin Último que ya te atrae y te arrebata. Los ruidos y los fastidios que te envuelven son producidos por las criaturas que escapan y que se dejan arrastrar por un mundo que va a la muerte. Ofrece por ellas, ruega por ellas. Pero no te detengas como ellas. Cuando te acerques a ellas aprovecha para llevarlas, con tu oración, al Corazón de Cristo, pero no te detengas, no atiendas la sinrazón. Recuerda lo que se narra en la vida de Santo Tomás de Aquino, a saber, que el santo Doctor no consentía las conversaciones vanas y, cuando oía hablar en su presencia de cosas profanas, discretamente se apartaba y se retiraba.

Lo que me importa subrayar es que nada ni nadie puede ya apartarte de Dios, si te has entrañado en Él y Él en ti... Si has querido, si le has abierto con tu voluntad, que es la puerta que lo deja pasar e introducirse en la infinita intimidad como el Fuego en el madero. No son las angustias ni los dolores, no es la fatiga ni el trabajo, ni las envidias de los otros, que tendrán poder alguno sobre ti. Tu perseverancia en el silencio y en el sufrimiento tiene el constante y maravilloso premio de la fidelidad de Dios, presente en tu corazón y en tu vida. No temas, que tu tesoro jamás podrá ser arrebatado. Y es porque tú ya estás escondido con Cristo en Dios y ya te encuentras, de algún modo, en el cielo... Conversatio nostra in coelis est.

¿Qué más puedo decir para confirmarte en la fe? Sólo invitarte a la experiencia cotidiana, luminosa e inmediata. Yo sé que la Gracia no ha de faltar, que todo es Gracia. Estas jornadas son una invitación al silencio más profundo y a la confianza más audaz... Y también -¡cómo no!- a horadar los cielos desde el corazón y descansar la mirada, audazmente, en los ojos de Dios.

Nuestra oración no ha de ser mezquina ni apocada. Por el contrario, ha de lanzarse en el abrazo indescriptible, consintiendo en esa sublime aspiración que se hace realidad en el Espíritu. Desciende Fuego nuevo del Cielo y enciende el holocausto y se lleva el corazón transformado y hecho uno consigo.

Pero nadie puede dar cuenta de ello. Esta inigualable historia está escondida a los testigos. La piedrecita blanca sólo es conocida por quien la recibe...

Es la hora del silencio, en el Nombre de Dios. Amén.

miércoles, 4 de febrero de 2009

SIN MEDIOS Y SIN POR-QUÉ



Splendor aeternae gloriae
Incomprehensa Bonitas
Amoris tui copiam
da nobis per praesentiam


P. Fr. Alberto Enrique Justo O.P.
Ordinis Praedicatorum


PENSAMIENTOS VARIOS
PROPÓSITOS SIN POR-QUÉ

1. Expectación. Prosiguen estos días... ¿qué decir? Sólo insinuar que ya no estamos donde pensábamos estar una vez. Es preciso confesarlo. El lugar se ha convertido, de algún modo, en un accidente. La historia tiene su lenguaje como lo tiene la vida. En realidad uno y otro se identifican en el plano más profundo.

2. El hombre asediado. Es el hombre de hoy. Importa saber de qué se trata, en qué consiste el asedio. Y es que aquellos que circundan y preparan un asalto primero y otro después, no ven ni saben lo que persiguen. Dan terribles manotazos al aire sin aferrar cosa alguna. Parece que avanzan en distancia y en conquistas, pero, sin saberlo ellos, caminan hacia atrás. El sitio no es tal, porque -en realidad- se alejan. Esto no excluye que los sitiados sufran y, a veces, mucho...

3. Pero la lucha posee un encanto. Porque cuando reposamos en la Verdad, esto es en la misma Voluntad de Dios, hallamos la paz profunda que no tiene precio.

4. Es conveniente explicar algo..., de modo que quien lo precisa sea confirmado en su búsqueda. Pero un análisis, aún el más cuidadoso, que vuelva y revuelva sobre el objeto sin pudor, puede alejar de él y causar perplejidad. La penetración más honda no se siente, sólo se sospecha. Y es muy necesario insistir en ello porque cuando más nos parece saber es cuando sabemos menos.

5. Confianza y nueva confianza. Abandono en un instante... Quien no ha sufrido... (¿se halla alguien así en alguna parte?)... ¿puede comprender a quien peregrina doliente por las sendas de este mundo? Como dijo León Bloy: sufrir pasa, haber sufrido no pasa jamás...

6. Es muy doloroso observar el desvarío y la necedad. En los días que corren constituyen el espectáculo más frecuente. Pero es aquí, en las sendas espinosas de este mundo, donde se descubre la Historia como Cruz. En efecto, no es un cierto mundanismo (permítasenos llamarlo así) de corte optimista e irreal, lo que ha de esgrimirse para recordar el Misterio de la Encarnación, sino el sentido profundo de todas las cosas a partir de una rebelión y de una redención efectivamente operada y realizada y vertiéndose, a cada instante, en nuestra vida a través de acontecimientos y latidos de todo género. Esto nos pone frente al sufrimiento, que es la puerta a la humildad y al abandono.

7. Vienen de camino. ¿Quienes? La respuesta es la siguiente: -nadie. Bueno es darse cuenta, de una vez por todas, que eso que -tantas veces- nos dicen los sentidos y nos cuenta el miedo, que todo eso, en el fondo (que es donde interesa) no es.

8. Pasamos de una a otra. Pretendemos definirnos y ubicamos. O soy de Pablo o soy de Apolo. O soy especulativo o soy práctico. O compatriota o extranjero. O estoy inclinado hacia el realismo o hacia el idealismo... Nada de esto nos interesa ahora. Son alternativas exteriores o muy superficiales. Nuestra vocación es pujar por penetrar en las honduras y llegar allí donde no existe división ni dualismo alguno.

9. ¡Es tan grande el secreto! En un instante los ojos de mi alma se levantan y son raptados por Dios. En un instante. ¡Cuánto cuesta convencerse de que no hay que complicar, ni analizar, ni distraer! ¡Mirada simple, simplicísima! Raptada y levantada sobre cualquier laberinto. Pero simple y una. No por virtud de mi antojo sino por don y regalo de la Gracia divina. Es el Espíritu Santo que opera este rapto cuando me dejo absolutamente penetrar. Como el aire por el sol, como el madero por el fuego... Pero mucho, mucho ¡tanto! más, que el Amor de Dios no conoce medida, ni medio, ni por-qué. ¿Dónde están las distinciones, dónde las diferencias? ¿Para qué andar tras el lodo y las cosas pequeñas? La simplicidad, la unidad no se quiebran. Dios nos convierte, nos adelgaza hasta volvernos totalmente sutiles para entrar en Él y para que Él entre en el alma, que es lugar de su delicia y de su reposo.

10. Nada que no seas Tú-mismo, en Ti, sin modo ni medida. Dios en Dios... Que tantas imágenes acaban oprimiendo y desconcertando, llevándonos caprichosamente con ellas y fijándonos en mil intermediarios... Pienso ahora, detenidamente -aunque sin esfuerzo alguno- en la mirada simple...

11. Terribles son las amenazas de los celadores. Los hay por todas partes. Quieren obligar a otros a hacer esto o aquello. Parece que están convencidos de que no existe salvación sin magia, sin los ritos que ellos mismos inventan y establecen. ¿Qué ha de hacer el hombre? Simplemente, seguir su camino.

12. En estos días se sufre... sin querer. Pero la luz brilla a pesar de todo. De eso yo estoy seguro.

13. Sólo en la Noche puede ser desposado el Misterio. La Vida...

14. La apertura del horizonte siempre nuevo es el camino de la poesía. El esplendor del verbo rasga los velos oscuros y despierta, a la luz, zonas desconocidas.

15. Alguien ha dicho, asombrado, algo perplejo: si son monjes, ¿qué necesidad tienen ellos de pintar? Digo yo: quien haya alcanzado el camino esencial no necesita decir más. Se ha hecho poesía, música nueva, esa misma que es de todas la primera.

16. Dios es la misma Belleza.

17. Quien sabe recibir la poesía, quien escucha, atiende y acoge lo dicho por otro, él mismo, el receptor, es poeta. Y, ciertamente, no de los vulgares si ha prestado su genio escondido para asir el secreto que transmiten la palabra y el símbolo.

18. Una palabra solamente. Es como el color en distintas intensidades y manifestaciones. ¿Es posible descubrir, de un golpe, la belleza y la armonía de las infinitas tonalidades?
19. Todo cuerpo es velo y símbolo privilegiado. Es tanto lo que manifiesta... ¡pero infinitamente más lo que esconde!

20. Puedes abandonar cualquier obra para consagrarte a la única Obra... Quien pueda entender que entienda...

21. San Juan de la Cruz, pintor, artista, sobre todo poeta... Se consagró a la... obra Esencial.

22. Un artista, en verdad, descubrirá esta puerta y pasará por ella. La obra esencial se realiza más allá de toda definición o explicación. Es un toque que abre una cámara nueva, escondida e infinita.

23. La obra esencial no se realiza fuera sino dentro. ¿Es posible hacerse poesía? Desde luego, cuando se es transformado en la causa de toda poesía.

24. La Belleza es Dios mismo, Dios mismo es Belleza... Es maravilloso. Como San Juan de la Cruz: vámonos a ver en tu Hermosura.

25. Adivino la nueva voz, que siempre es nueva. Es tan maravilloso y admirable reposar más hondo en el Corazón... Las honduras son descubiertas una y otra vez. El alma se domicilia más en ellas, se hunde en la inmensidad plena de Luz. Es el mismo Espíritu... En Él y desde Él. En su Unidad.

VARIEDADES DE UN MISMO DOLOR

26. No hay duda ...: el sufrimiento resurge cada vez como inédito y desconocido. Sus abismos son insospechables e indescriptibles.

27. Terrible burla de la ignorancia y de la petulancia. ¿Cómo entender eso? En la nueva soledad se descubre el horror del infierno. Es algo así como una ausencia vacía, fría y oscura, en los muelles de un puerto maloliente. Nadie atiende si alguien pasa. La mirada perdida no se detiene ni se fija jamás. Rostros que no miran y ojos que no ven...
28. ¿Quién sabe de... desamparo? Siempre clama el corazón. Dios lo oye.

29. Es preciso hundirse y meditar en el amor este misterio del desamparo. En el abandono en la Cruz...

LA ORACIÓN CONTINUA

30. Cuando ores, no pongas condiciones. Este levantamiento ha de ser muy simple y, sobre todo, bien silencioso.

31. ¿Sabes cómo late el corazón? Aprende que cada latido pronuncie el Nombre del Señor. Hazlo con la aspiración que te levanta al Cielo, que te levanta a Dios.

32. La aspiración es la interiorización profunda de tu deseo, encendido por el Fuego del Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu el que aspira y te levanta y te hace uno con Él.

33. La oración y la misma vida contemplativa no se dan ni existen fuera del orden de la Providencia. En efecto, trascender el tiempo es sólo posible desde el mismo tiempo, entre tiempo y tiempo, en el instante. El recogimiento se nutre de pruebas y asedios, porque la perfección sólo se alcanza en la médula de la Redención. Una vida que eludiera el combate entre la Luz y las tinieblas quedaría al margen y extraña a Dios. A Dios se lo descubre y se lo ve recibiendo su Misericordia y su Salvación. La vida mística se da en el mismo corazón de la historia y del Misterio... El Amor y la Unión consiguiente comportan el gigantesco y sublime drama según la Voluntad del Padre.

34. La oración continua no se interrumpe con acontecimiento alguno... El orante ha de comprender que todo la favorece. Porque el Señor es sublime y delicado maestro. El Espíritu sopla donde quiere y como quiere... ¡Alabado sea Dios!

35. Decisivo juzgo el papel y el lugar de la Historia en el camino ascético de todo peregrino. Porque la perfección se alcanza con la disponibilidad y no tanto con la elección, tal vez caprichosa, de las características del andar. Orar siempre es abrir el corazón siempre. Es, sobre todo, aprender a descubrir a Dios en todo y por todo. Es -siempre- ver más allá de lo que se presenta inmediatamente a los sentidos exteriores en orden a una inmediatez más profunda en el espíritu. Ver, pues, más allá. Horadar hechos y cosas. Asir el acontecimiento en cuanto tiene de más hondo o en cuanto esconde o manifiesta. La inteligencia humana tiene esta vocación... Así como se percibe la belleza en todo.

36. A veces, las molestias en la oración constituyen una advertencia del Señor acerca de la provisoriedad de esta hora. Redoble, el peregrino, su plegaria, seguro de la fecundidad del asedio.

37. En el tiempo de la prueba y de la gran tentación no ha de pretenderse la desaparición de una cierta angustia. Son estas asperezas del camino las ocasiones que Dios brinda para subir aún más alto.

38. La escala y el lugar del Misterio son un testimonio que quiere decir: aceptación. Serás testigo y mártir; esto quiere decir: hágase. En el fiat de Getsemaní y de Nazaret se halla el secreto de toda la vida.

39. Afirmación, amén, que surge del mismo Espíritu Santo en el corazón, en la única vida nueva...

40. El testigo es teóforo. Vida deificada que supera toda expresión.

41. ¿Qué es decir-que-sí-a -Dios? La formulación de este interrogante puede no ser feliz, pero ensayamos una respuesta recordando que desde lo más profundo el alma se dispone. ¿Quién conoce esa llama que arde en la misma fuente y baña y transforma todo el ser? Es preciso partir de lo más pobre y despojado. No se avergüence el peregrino ni busque perfecciones químicas o mecánicas o... técnicas. Deje nacer. Nunca imponga y acepte las limitaciones que, sin duda, experimenta. Nunca sentirá decir-que-sí-con-toda-el-alma. Le resultará extraño no percibir fuego material alguno. Pero así ha de ser. Así ha de comprobar hasta dónde lo levanta Dios. Y Dios no lo hace sin contar con su feliz pequeñez. Lo pequeño es grande y lo grande es pequeño.

42. A pesar de esas limitaciones, ore. Arrójese sin reparos, que Dios lo arrebata cuando se entrega a Él...

43. En muchas ocasiones se hallará solo y sin méritos que alegar o invocar. Le parecerá que es muy poca cosa y el pensamiento de la indignidad lo asaltará una y otra vez. Pues bien, no importa. No se detenga el peregrino. Alégrese en su pequeñez, alégrese. Que nada hay más grande que vivir de la Muerte y Resurrección del Salvador, del Amor y Misericordia del Padre y de la animación del Espíritu Santo. Húndase en el inmenso mar de la Deidad, enamórese del Amor que lo lleva y lo transforma. Su pequeñez es la mejor garantía. Alégrese y ore, que su gozo es, también, dichosa plegaria y susurro de unidad inefable.

EREMITISMO INTERIOR

44. La vida solitaria no halla mejor lugar ni espacio que el corazón. Allí deja todo cuidado, y descubre -el peregrino- la misma realidad de su soledad...

45. La soledad más significativa es la que vive el alma en cualquier relación con las creaturas. Éstas no dan jamás lo que se pide de ellas, porque para solo Dios hemos sido creados y sólo en Él hallamos el cumplimiento de nuestro deseo.

46. Las vidas de los Santos Padres del Yermo, como aquellas de los Mártires, serán siempre prototípicas ya que señalan el camino interior. Es propio de la inteligencia humana ver-más-allá-del-símbolo y descubrir los múltiples secretos que encierra una figura. Por ello es urgente aprender a leer por debajo de la letra y ganar un sentido espiritual que nos guíe hacia el monte del corazón.

47. ¿Cómo huir hoy al desierto? Es necesario formular otra pregunta previa, a saber: -¿cuál es el desierto verdadero, dónde está? Pues bien, el desierto que se entrega a nuestros ojos, el desierto, el despoblado, es un símbolo; es, sobre todo, un símbolo. ¿Hacia dónde nos lleva este símbolo? Hacia la inmensidad. Es lo que yo no puedo medir, ni -tampoco- decir. La inmensidad es aquí el alma sin confines, donde se halla a Dios. Es el Centro, la apertura infinita, inefable. San Juan de la Cruz lo señala de esta manera: (..) esta sabiduría mística tiene propiedad de esconder al alma en sí; porque, demás de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura, de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad donde no puede llegar alguna humana criatura, como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo, donde el alma se ve tan secreta cuanto se ve sobre toda temporal criatura levantada (Noche oscura 17, 6).

48. En este desierto mora el alma más allá de cualquier circunstancia local. Pero es verdad que esta singularísima soledad sabe a llaga... Porque el conocimiento y la habitación en ella se sigue de la experiencia de un camino señaladamente áspero, que consiste en las pruebas de esta hora.

49. La vida eremítica, que tiene por domicilio el corazón, es una suerte de estado, de estilo, género y modo de vida que caracteriza a toda la persona y a su conducta. Se trata de un rostro nuevo...

50. La vida eremítica, en el corazón, comporta aceptar el silencio cuando la obediencia o una situación cualquiera nos hacen callar. Esto, que puede parecer forzado y una pérdida de oportunidades, es -sin embargo- de insospechada fecundidad. En efecto, es dejarle la palabra a Dios en la dimensión que Él mismo quiere, en su manifestación honda... Decía un Cartujo que es oportuno recordar que, con frecuencia, cuando nos sentimos más impotentes y como desamparados por Dios es cuando Él más obra en lo secreto de las almas... Gloria Dei est celare verbum (Prov. 25, 2).

51. ¿Cómo dirigirse a Dios? ¿Aún hacemos semejante pregunta? ¿Es necesario dirigirse? Sosiéguese el peregrino y calle. Oiga el latido de su corazón y sepa que vive... No vaya más allá porque se aleja. No se dirija a ninguna parte. Quédese; no parta como aquellos que una vez recibido el alimento no tienen más que buscar. Quédese; aunque no tenga tarjeta de invitación. ¿Qué sabe? ¡Quédese!, en fin, cuando ya no vea a nadie.

52. Dios no es un objeto del cual se pueda disponer. El eremita interior descubre. Ha visto en el instante que es toda su vida.

53. A veces la casa... parece vacía. Es precisamente entonces cuando no debe dejarla. Descanse, el eremita, en el Corazón de Dios. Goce de esa intimidad que es unidad inefable. No lo olvide nunca: ya no son dos sino uno en el Espíritu.

54. Aludo a un respiro, a la vida, a los latidos del corazón... Todo ello es signo de la realidad infinitamente mayor. No hay distancias. Reposa en el Corazón del Señor. ¡Quédate! Permanece.

55. Permanecer. Es actitud fundamental en la ermita del desierto interior. Es necesario discernir la permanencia y la fidelidad en cada cosa, en cada acontecimiento, a cada momento. Permanecer en la celda...

56. ¿Deseas orar? Oye, inclínate, atiende y adhiere al Señor. Allí, precisamente, donde presientes un latir más profundo en tu corazón. Y permanece aunque se vaya todo el mundo.

57. El que descubre la soledad no la halla en un lugar determinado sino en su propia vida. El silencio surge de lo más interior, como un don superior e inefable, como el Misterio que se revela en lo más alto del alma. Querer forzar esa soledad sin haberla descubierto en el hondón de nuestra peregrinación, es pretender fabricar con buenos decorados exteriores la realidad irrepetible de dentro.

58. No es posible decir... todo lo que quisiéramos. No es posible siquiera pensarlo. Sólo en el abandono fecundo hallamos todo abierto y pasamos...

59. Cuando el peregrino carece de fuerzas y apenas puede andar... A veces todo olvida... ¿Qué es lo que ocurre? Sólo el abandono confiado es la respuesta. Es entonces cuando se revela la misericordia del Señor... Pero no lo siente quien camina. El Señor se ha velado para hacerse... más presente (si así pudiera decirse). ¿No lo percibimos así?

60. El Señor ha venido delicadamente. ¿Ha venido? Hablamos desde donde sospechamos y descubrimos y, desde luego y sobre todo, creemos. Yo he visto a Quien ya estaba y está desde siempre. Yo no hago más que balbucear, porque la expresión verdadera es el silencio. ¿Sabías que hay una visión mayor que la de los ojos? Ella sólo se abre en el desierto.

61. El peregrino es un viviente orientado ¿Qué es esto? Desde antes de nacer, desde siempre, desde la Eternidad, vive en el Amor que lo conoce, prepara y aguarda. Es conocido y amado. Preexiste, más allá del tiempo, en el mismo Dios que todo lo ordena para él y a él para Sí. Desde que abrimos la Sagrada Escritura sabemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Entonces ya no podemos concebirnos solos, sin destino ni sentido, sino pensados, amados y llamados a la Vida en plenitud.

62. No olvidemos jamás esta ordenación de nuestra propia naturaleza. Dios (si así puede decirse) ha pensado primero la vida sobrenatural y a ella ha subordinado todo... El íntimo y natural deseo de Dios es nuestra raíz y la capacidad y disposición para oír el llamado y cumplir nuestro destino.

63. No hemos de concebir al hombre solo, sin Dios. El hombre es, verdaderamente y siempre, con Dios. Lo contrario es la deserción, la rebelión, el pecado.

64. Todo lo que pienses, todo lo que digas, puede convertirse en oración, si quieres. Porque en Dios somos, nos movemos y existimos y sólo Él está en nuestra más profunda intimidad.

65. Este es el valor y la grandeza de la vida. Mira a María. Su vida y su misión no pueden separarse del Hijo. Mira a José, todo él es para el Señor. A veces parece que el Señor no atiende especialmente a su Madre... Cuando, en efecto, leemos el Evangelio vemos que Él le recuerda que ha de ocuparse en las cosas de su Padre; y sin embargo nadie está tan cerca de Jesús como su Madre. Pues bien, las vocaciones más altas no tienen por qué definirse con límites precisos y demasiado humanos. Y mucho menos por la abundancia de citas y de grados y de antecedentes y de autorías y de todas esas cosas. La vocación más alta es la más sumergida en el mismo Misterio de Dios.

66. Déjate llevar y hundir donde no sabes. Deja ser el Ser. No impongas rótulos ni te pases las horas midiendo... Juega, juega, olvídate, respira, vive, que Dios es la Vida.

67. No importa que te desgarren por ahí. Después de todo ¿qué es lo que tienes que dejar o que decir? Todo tiene su hora. Surgirá, en el horizonte de tus días, la aurora más maravillosa.

68. La vida eremítica en el corazón es una particular inmersión en el Misterio de Dios, por obra de la Gracia y según una vocación especial, que no ha de circunscribirse a modo ni medida.

69. El eremita, escondido con Dios en el corazón, aceptará lo que otros juzgan sinrazones o los despropósitos que lo puedan circundar. No busque lógica humana en el acontecer cotidiano. Insista en descubrir la luz escondida, detrás de las apariencias y de la tosquedad manifestada en tantas cosas.

70. No prefiera esto o aquello ni sueñe con edades-de-oro. Ya sabe que todo instante desemboca igualmente en la Eternidad y que sólo interesa el tiempo de Dios.

71. No hay tiempos de ayer ni de hoy que pueda juzgar más o menos favorables. Todo es ocasión de Dios y las lecciones de la Historia no se detienen jamás.

72. En la misma noche se halla un valle recogido en silencio encantador... ¡Se descubre tan rápido! cuando se pronuncia el Nombre en el corazón. Y, sin embargo, nada puede representarlo, ni sonido, ni perfil, ni sospecha. Pero el Amor lo descubre, nos lo descubre, sin lenguaje, inmediato, en la propia unión.

73. ... Su Madre conservaba todo en su corazón (Luc., 2, 51) Todo de Dios y todo Dios. El Corazón de la Madre es, desde siempre, Morada... Y es Cielo...

74. María fue mártir en su Corazón. En ese Corazón testigo de su Hijo y de su abandono inabarcable. Corazón abierto y entrañado en el Corazón de Dios.

75. El martirio interior es propio del misterio del desierto. Es su coronación y su plenitud. Vano es el desierto si no nos lleva al cielo...

76. Hay una desapropiación difícil de explicar, pero que -tarde o temprano- urge en nuestra peregrinación. Es aquella que renuncia a lo que podemos llamar: los exámenes aprobados. En efecto, es la aprobación un consuelo y un recurso al que apelamos con frecuencia, sobre todo para valorar los aciertos o desaciertos en nuestras obras. Ahora bien, en el desierto no hay demasiada posibilidad para ello. El caminante es desconocido en profundidad, no se sabe muy bien de dónde viene y a dónde va. Él mismo vive un abandono peculiar... Y, a veces, más percibirá la desaprobación que el aplauso o el aprecio...

77. ¿Qué hacer? Pues nada. Sólo paz. Siga el peregrino en obediencia y quietud silenciosas, aunque nadie lo acepte y aunque, alguna vez, él mismo sufra la tentación de la duda. Persevere en dejar a Dios ser Dios en su corazón y no pretenda otro dominio ni quiera andar por otro paraje.

78. No busque ni
intente un rostro diverso... No sabe, el peregrino, cuál es el suyo porque de él se goza sólo Dios. Descubra su condición en la apertura infinita de su corazón en el Señor.

79. Vuelve, vuelve a casa siempre. El desierto es entrar siempre más en el corazón. Entráñate allí en Dios. No temas. Él siempre nos llama, nos aguarda, nos perdona. Entra en el misterio de la Misericordia. Deja tu cuidado.

80. Abre las puertas de tu alma a fin de pasar más allá. Toda imagen o figura esconde una puerta, un paso, a través del cual se la trasciende y supera. La imagen halla su plenitud en su propia superación.

81. El desierto posee mil puertas. Es preciso tenerlo presente. No hablaremos de ellas. El eremita interior aprenderá a descubrirlas maravillado... El Espíritu sopla donde quiere...

82. El eremitismo interior consiste en la vivencia, por vocación y por gracia, del retiro secreto de Jesús con el Padre. Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Es la obra del Espíritu. Quien adhiere a Dios se hace un espíritu con Él.

83. Las intenciones de nuestras plegarias son siempre, en primer lugar, las que se hallan en el Corazón de María.

* * *

84. Antes y después del desierto, se diseña la corona del martirio. Ya la hemos encontrado ¡tantas veces! Ahora refulge nuevamente cuando se ahonda en nuestra vocación de teóforos.

EXPERIENCIA INEFABLE DEL ESPÍRITU

85. La más alta experiencia de lo divino (por decirlo así) puede hallar su ocasión en el acontecer del sufrimiento o del rechazo...

86. Todo acontecer puede ser ocasión de una experiencia de lo divino. Aún el dolor más intenso. Téngase en cuenta el lugar central del abandono.

87. El desamparo es un prodigio de fecundidad espiritual. Cuando el peregrino vuela llevado por el Amor no conoce fronteras; y en todos los tiempos y en todos los lugares halla su bien.

88. En el Misterio del abandono descubrimos el hecho de la Filiación en el Unigénito. Las respuestas más profundas las brinda el Amor. En su deslumbrante Misterio todo es Luz y Transparencia.

89. ¿Lo feo, puede conducir a lo bello? La pregunta es demasiado práctica. De hecho el hombre topa diariamente con cosas o situaciones decididamente desagradables. Esas que constituyen la máxima penitencia o el martirio cotidiano, o como se le quiera llamar. Todo ello parece el reducto de la fealdad o que constituye un lugar poco o de ninguna manera habitable... Es claro que esta suerte de insipidez no lleva a lo alto, a Dios. Es una esclavitud, impuesta por los modos del mundo, que aplasta en las más variadas direcciones.
Ahora bien, una respuesta en profundidad requiere suma atención. Primero porque no todos sufren por igual y hay quienes padecen notablemente lo que a otros deja indiferentes. Luego porque la experiencia no es la misma en todos los casos, es decir: cada uno ha padecido situaciones muy diversas...
En general afirmamos que el alma está creada para la Belleza y halla connaturalmente lo bello. Por esta razón sólo puede servirse de la fealdad o de la torpeza por oposición, por nostalgia, por deseo ardiente, cuanto más se la priva de lo que le es propio.
Pero más profundamente el corazón puede descubrir este camino de ausencia en el único abandono del Hijo y padecer con ello la más alta experiencia de Dios.

90. El silencio ocupa todo el espacio. Sobre todo si no entramos con estrépito. Quien no persigue el primer lugar es conquistado por el silencio y halla la paz.

91. No procures la calificación más alta ni el primer rango en nada. Si te corresponde, déjalo y no te ocupes más. Sosiégate y aquiétate... La grandeza consiste en no-reclamar.

93. Tu corazón es silencio y es aurora. Si allí fuera hay ruido, o lo que sea, el santuario permanece -siempre- inviolable. No lo olvides jamás.

94. Si lo que más tenías en cuenta y lo que tanto te interesaba ahora no lo tienes, o tus fuerzas no te lo dejan realizar como quisieras ... : ¡no te avergüences ni te descorazones por ello! Por el contrario, acepta este despojo como un don singular, que lo hace más preciado para Quien ve lo secreto del corazón.

95. Los accidentes y asperezas del camino y de la noche, apenas hablan del misterio de tu descenso. Hay parajes que no se clasificarán jamás. El asedio que el peregrino experimenta supera la alternativa de aceptación o rechazo. Es, por ahora, noticia de gran lejanía...

96. No te turbe el acoso de diablos y de otras creaturas. Deja, abandona, huye. Permanece erguido como un roble cabe el agua que pasa...

97. La impertinencia de nuestra edad disfraza sus excesos con filantropía. Pero miente. Como el viejo traidor no procura bien alguno sino quedarse con algo que está en la bolsa...

98. ¿Has renunciado al poder? Entonces no presiones, en ningún sentido, ni exterior ni interior, para que las situaciones se resuelvan según tu parecer...

99. ¿Quieres el Cielo? Entonces no te pienses más o menos con puntaje para ello. Deja a Dios pensar en ti. No, no te veas con exámenes aprobados, ni diplomas, ni nada. ¿No has aprendido la lección de la misericordia?

100. Ama al Cielo por el Cielo. No seas curioso que ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman...

101. No tropieces contigo ni con tu sombra... Los antojos pueden llegar a ser muy sutiles. Deja y deja tu cuidado. Ve en paz... , no corras.

102. La hora es la de Dios. Las Actas de los Mártires no nos dan detalles del curso de la vida del testigo sino sólo su testimonio... Haz de tu vida una gozosa perseverancia, sin cuidarte de lo que dicen o de lo que callan. Vive -cotidianamente- el gozo de tu confesión.

103. No te acobarde luchar. Tampoco te retires de la batalla cuando descubres alguna herida. Es posible y hasta necesario persistir y triunfar con más de un rasguño. El enemigo te quiere vencido sin mucho trabajo de su parte y rendido ante la primera sangre. Nada de eso. Persevera y confiesa sin desfallecer.

104. Recibirás la contemplación más sublime cuando menos la aguardes. No eres tú quien elige el lugar ni el tiempo. Y con mayor razón cuando trasciendes todo lugar y todo tiempo. Reposa, desde lo más hondo, en el Corazón de Dios.

105. Cuando te recuestas en el Corazón de Jesús... En lo más interior brota una aspiración nueva que todo lo inunda y lo baña de luz. Y lo penetra, y lo transforma, y lo levanta... ¿Qué sabes? Lo más maravilloso hoy está oculto. Pero esa condición es tan luminosa y gloriosa que no halla expresión que le sirva. Lo oculto se vuelve, de algún modo, manifiesto en el Fuego del Espíritu Santo.

106. No olvides que la muerte, si así puede decirse, como tal no es. Aspira, con toda tu alma, a lo más profundo del Cielo. ¿No te encuentras ya mismo en el Corazón de Dios? En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

107. En el Corazón del Señor. Uno. Es donde descubro permanentemente la hondura de mi ser. Ser en sólo Él... Este secreto consiste en no abandonar el celado esconderse en el Señor. Dios nace en el alma que lo acoge, recogiéndose en el abandono y entregándose (consagrándose) a cada instante.

108. Esconderse en el Señor. Es volver, decididamente, inicialmente, al propio interior. Aquí no hay límites, sino una apertura infinita. ¡Tesoro escondido! ¡Admirable realidad, tan profunda! Con mi alma te deseo durante la noche y con mi espíritu también, en mi seno, estoy buscándote a Ti. (Is. 26, 9). ¡Mi alma te busca y sabe que no te buscaría si no te hubiera hallado ya! Y mi espíritu en mi corazón, en mi interior, a Tí se abraza y en Tí se arroja y por Tí arde y se transfigura -¡amada en el Amado transformada!

109. No te retires de la batalla cuando sólo te hieren... Por el contrario, continúa sin desmayo, que llevas algo así como una prueba, una experiencia de la lucha, que no es ilusoria.

110. Quizá ya no son estas las horas del paisaje umbroso y quieto, signo de silencio, de paz y de oración. Queda escondido y bien real en el interior del alma, donde nada ni nadie lo viene a turbar. Es el jardín donde está el templo de Dios. Con semejante paraíso en el corazón, no dudamos de que estas sean las horas de la nueva milicia, de la lucha singular de los últimos tiempos.

111. La milicia, la nueva milicia de estos días, como la de todos los tiempos, ha de asumirse con infinita cortesía. La vida espiritual descansa sobre virtudes que distinguen al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Una de ellas, y no de las menores, es la delicadeza.

112. Uno de los mayores gestos de la cortesía es descender. 0, si se prefiere, no-retener. Sin negar pasado o presente alguno... Nadie puede dejar si primero no ha poseído.

113. La vocación a la soledad, tiene -lo hemos dicho- innúmeras posibilidades. Sería un error cerrar las puertas a quienes descubren las sendas de un silencio interior, en simplicidad y disponibilidad a Dios. La soledad se descubre cuando no hay consuelo que nos ayude o cuando cualquier marginación o postergación acontece en nuestras jornadas. Y no porque esto sea culpa de alguien. Simplemente ocurre en razón de la misma vocación a ser levantados sobre toda creatura. Quien desciende con Dios es levantado con Él y por Él.

ALGO MÁS ACERCA DE LA CONTEMPLACIÓN

114. No sé si en los prados o en los bosques, en el mar o en las montañas, en los desiertos o en los valles... Muchos procurarán éste o aquél lugar. Pero en poblados o en despoblados, en aldeas o en ciudades no se hallará el espacio soñado. No hay sitio ni plaza en las parcelas, zonas o parajes de este mundo. Alguno tentará de obtener una propiedad circundada que lo proteja. Otro levantará, y con mucha razón y tino, una morada bien defendida. Y así, a cada uno, parecerá oportuno o conveniente esto o aquello. ¡Cómo no resguardarse de los gemidos dolientes y fúnebres de un mundo en precipitada caída! Las preciosas margaritas, los cantos de las aves, el silencio y majestad de la naturaleza, hablan en verdad de Dios... Sí, hablan de Dios ¡cómo no! ¡Quién se atreve a negar la gloria que se manifiesta en el cielo descubierto, los ecos sublimes de los vientos, el rumor del agua, la grandeza de la tempestad! ¡Quién no queda deslumbrado ante los levantes de la aurora, el amanecer dichoso o el ardiente ocaso!... Y, sin embargo, no es esto ni es aquello, por más sublime e inigualable que sea, sólo es Camino, Verdad y Vida: el abandono en la Cruz.

115. ¿Cuál es la figura de santidad y de contemplación que procuramos señalar ahora? Se trata del mártir. El sentido profundo es el de un testigo que lo es, sobre todo, en y desde su corazón hecho uno con el Señor en el Espíritu. En efecto, el mártir es aquél que desciende hasta el punto donde el Espíritu lo lleva para que se cumpla el misterio de esta unidad. Sólo será unido en el descenso, o en el abandono, ya que el Verbo de Dios vino a buscar al hombre y, para levantarlo a su altura, se hizo carne Él mismo, y obediente al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz.

116. Pero no todo el Misterio se ha de descubrir. El pudor y la delicadeza velan las mayores maravillas. En la misma medida que se manifiesta: se oculta; cuando dice: calla y se silencia. El esplendor de la Palabra nos sumerge en lo inefable que no permite publicación ni ruido.

117. El silencio del Misterio. ¡Es tan presente! La Presencia todo lo llena, lo supera y lo rebalsa, derramándose con generosidad jamás sospechada. Pero nunca resulta violenta y siempre permanece como delicado soplo de brisa inefable.

118. Desde hace un tiempo todo se quiere difundir. Se hacen ediciones y ediciones para un público cada vez mayor. El afán por enormes auditorios aumenta y las masas, que todo lo invaden, también. Los justificativos son miles y los medios, innumerables... Pero aquí nos referimos a un secreto, a un tesoro escondido, a lo que se dice o se descubre solamente en el silencio...

119. Es el mártir monje por la soledad y penitencia de su vida. Es testigo verdadero, y como testigo, el mártir es apóstol y, como luchador, caballero poseedor de honor. Y lleva vida escondida -¡tan escondida y secreta!- porque, en realidad, nadie sabe verdaderamente de él. Desconoce, él mismo, la dimensión y el alcance de su misión...; y en esto es profeta: porque ignora el cumplimiento definitivo de su anuncio y la gloria de su testimonio. Todo lo lee y lo sabe en el Amor y por la Gracia, pero no acaba de expresarlo o de decirlo. Sabe de Luz y de Silencio y reposa, con certeza, en el Corazón de Dios que es su Centro y su Vida. Es claro que no se habla aquí -solamente- de quien muere víctima de la violencia de los perseguidores, sino de todos aquellos que, a imitación de María, son mártires en el corazón.

120. En el solitario se halla la figura del mártir y del predicador. Este ha descendido con su Señor por el camino escondido, con un Nombre nuevo que sólo él conoce, porque sólo él lo recibe, en silencio, en la unidad del Espíritu.

121. ¿Cuál es el lugar? Ni lugar, ni tiempo. El instante inefable en el descenso, allí mismo en la Unidad que no acertaremos nunca a expresar.

122. Nuestra lectura, aún nuestro estudio, es una Lectio divina, cuyo fin es el diálogo amoroso con Dios en el mismo corazón.

123. La Palabra es una sola... Ella lo dice todo y es la misma Sabiduría que se entraña en la unidad del Espíritu, en nuestro corazón. Hemos pretendido decir y añadir cosas y cosas... Con frecuencia percibimos algo así como una ambición de expresarnos muy bien. Buscamos los enunciados más completos y satisfactorios, a saber: cuando hemos comenzado por un principio y seguimos por la mitad para acabar en la conclusión luminosa... Ahora bien, no es sólo éste el camino. Por el contrario, de esa manera nos apartamos por los vericuetos de la lejanía. Lo propio es entrañarse en el mismo Misterio, con despojo y abandono.

124. Se me olvidó lo que venía diciendo... (!) No hay duda: el Espíritu nos devuelve al Presente inefable para transformarnos en Silencio ardiente. Es aquí y ahora, en Espíritu y en Verdad.

125. El Nombre Nuevo. ¡Amable y definitivo Misterio! Buscando mi Centro, busco a Dios. Dejándome entrañar en mi propio centro, me dejo entrañar en Él y por Él. Ahora bien, aquí se da el ... Nombre nuevo, que sólo conoce quien lo recibe... (Apoc., 2, 17). En efecto, el Profeta ha anunciado este nuevo ser, que es -desde luego- una transformación inefable ... : Y se te dará un nombre nuevo, que el Señor determinará con su boca... (Is., 62, 2). Y también: el Señor (... ) a sus siervos les dará otro nombre (Is., 65, 15). Otro nombre... Ese mismo que es nuestro ser profundo. El Nombre nuevo: Del vencedor haré una columna en el templo de mi Dios, del cual no saldrá más; y sobre él escribiré el nombre de Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo viniendo de mi Dios, y el nombre mío nuevo (Apoc., 3, 12)... y verán su rostro y el Nombre de Él estará en sus frentes (Apoc., 22, 4)...

126. ¡Calla tu secreto formidable! Pero no dejes de meditar en él. Sumérgete en las profundidades de un desierto que te sobrepasa... ¡Has topado con tanto dolor en tu caminar! Sobre todo te oprime, hoy como ayer, una desilusión que quiebra y derrite las entrañas. Ahora mismo te encuentras donde no quisieras... Y es que tampoco lo sabes muy bien... ¿Recuerdas? ... cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. (Jn., 21, 18).
Pedro huía, con razón, de Roma, escapando de sus verdugos. Su vida era preciosa para la Iglesia. Pero vio al Señor llevando la Cruz y le preguntó enseguida: -Señor ¿a dónde vas? (Quo vadis, Domine? ) y Él le respondió: -voy a Roma a que me crucifiquen de nuevo... Y comprendió el príncipe de los apóstoles que debía ocupar el lugar al que estaba llamado para morir por muchos.

127. Semejante lugar no puede ser abarcado. Es lugar de Dios. Allí, ahí mismo, donde Él nos encuentra, esto es: en Él mismo que es morada nuestra. Cualquier análisis o explicación condenan al fracaso y a la desilusión, en razón de reducir lo más alto y lo más grande a medidas o dimensiones mezquinas.

128. Sólo la Deidad en la misma Deidad. Sólo Él. Sólo Tú mismo. Y siempre lo digo sin decirlo, porque mi lenguaje es asaz pequeño. Y repito -sin repetir, desde luego- y, así, voy de camino sin saber... ¿Dónde y cuándo estoy? ¿Dónde y cuándo voy o vengo? ¿Dónde y cuándo soy? Proseguía y miraba hacia adelante o, por lo menos, lo que por delante me parecía hallar. En realidad no hallaba nada, ni entonces, ni ahora. Porque por allí no hay... nada. Inmensa, tal vez, la llanura y altas las montañas y profundo el mar... Quizá. Luego multitud de cosas y de objetos, sombras de ilusiones al pasar... Conmigo gemían algunos en la desolación de la lejanía, poco dispuestos a aceptar esas invitaciones vanas y vacías. ¿Dónde o por dónde ir?
La hora es peculiar y nadie la sospecha. Confusión y perplejidad en las plazas... ¡Camino o senda que no existe! ¡Cuánta y cuán grande es la tensión por encontrar lo que no está! Y seguimos, unos y otros, y las huellas se borran después de pasar... ¿Qué hay por delante? ¿Vamos hacia algún lugar? ¿Qué paraje atravesamos?
Ni lugar, ni paraje. Ni esto, ni aquello; ni aquí, ni más allá. ¡Qué esfuerzo terrible para arrojarse hacia adelante, estirarse y proyectarse en vacío abismal! ¡Cuántos fantasmas, cuántas imágenes: ídolos siempre, que presto morirán!
Hasta que oí detrás de mi, pero dentro, que no a mis espaldas, una Voz Sublime que no he de decir. Entonces me volví y fui hallado: entonces vi.
En soledad, la misma Belleza... Vuelto al Padre con el Hijo en el Espíritu. La misma intimidad: y de esto no he de hablar.

129. Es preciso no olvidar que el Señor triunfó por su fracaso, habiendo elegido libremente el camino del dolor. Acerca de la fecundidad de los pasos más terribles no hemos de dudar... Aún en el silencio y en el despojo del abandono, aún cuando las más duras humillaciones y angustias acongojen el alma, nunca dudemos de la misteriosa e inmensa fecundidad de la Sangre del Señor.

130. Ha dicho un santo monje que gocemos de la incomparable alegría de sólo ser conocidos por Dios. Descubrir el propio sujeto, ser sí-mismo en lo profundo, por decirlo de alguna manera, es recibir la Luz que nos ilumina y nos arranca de las tinieblas, liberándonos del mundo sin sentido de los objetos. Como aquellas pinturas de la Natividad del Señor donde el artista ha plasmado, en admirable juego de colores, la realidad misma: la Luz es el Niño en el pesebre, sólo Él es la Fuente, porque es la misma Luz. Los personajes presentes aparecen, están y son allí (y en cualquier parte) en la misma medida en que reciben la Luz del Niño, en que son alumbrados por Ella.

131. La Luz tiene una admirable correspondencia con el Deseo del corazón del hombre... Él abre las puertas, se deja iluminar, quiere y busca la Luz. Porque la Luz lo despierta y la misma Luz lo hace capaz de la Luz. Pero él ha de querer la Luz, ha de desearla, luego que los levantes de la Aurora quebraron su oscuridad y su nada.

132. En la ermita interior se aprende algo maravilloso: aquello que está por manifestarse, la transformación y transfiguración de la vida y de todo. El Misterio de la Deificación se va realizando en conversión escondida. Por ello puedo decir, sin temor a equivocarme: -yo seré. Porque siendo ya, ahora recibo el Nombre nuevo impreso en la Piedra, he de ser siempre en Él y con Él, en la unidad del Espíritu. Ahora, pues -ya-, es aurora de la Luz eterna.

¿Dónde está el Desierto?

133. Ni aquí, ni allí. Aguarda y piénsalo muy bien: te dirán que el Desierto se halla en oriente o, tal vez no tan lejos, en algún paraje de tu propia tierra. Nada de eso. Esos lugares son una manifestación muy pequeña, un signo, de la inmensidad que tú sueñas, esa misma que llevas contigo.

134. ¿Huir al desierto? Es quizá una bella y prometedora expresión... Será cuestión de hacer las valijas o de abandonar todo equipaje y partir. Pero, ¿hacia dónde? Desde hace mucho tiempo búscase aquí o allá... Y siempre es preciso seguir y seguir. Nada resulta suficiente, o porque está demasiado cerca, o porque es demasiado lejos... O porque, ni cerca ni lejos, aparecieron algunos turistas y quizá hasta los cobradores de impuestos. O porque hay tantos que llaman a la puerta y hacen mucho ruido... ¡Quizá la Cartuja! ¡Bendita sea! Sí, desde luego, pero si Dios no te llama allí o tu salud no es muy a propósito ¿qué harás?
Mira, yo te digo que te vayas al desierto ya mismo y donde estás. Déjate alcanzar por el Creador y olvida lo creado, recuerda lo que decía San Juan de la Cruz: Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al Amado. ¿Prefieres las palabras del Cardenal Newman? Myself and my Creator. Quien pueda entender que entienda y acuda.

135. El desierto consiste, también, en ese ámbito que quisieras de tal manera y no se da ni se encuentra. ¡Curioso esto del ámbito! Los hombres aguardan decorados y temperaturas que, luego, no aparecen. ¡Tanto es lo que brilla por su ausencia! Decimos que el desierto no premia con consolación, comprensión o estrépito. Es realidad de otra índole, que se la sabe presente por mortificada ausencia. Desde luego que no se ha de buscar esta sequedad, pero cuando desaparezcan los consuelos o se extingan las luces sabremos muy bien el origen de lo que ocurre.

136. El desierto existe y está dispuesto para la transfiguración. El desierto esconde el jardín más maravilloso. Y, con frecuencia, deja ver y gustar su tesoro. Del desierto que no oculta nada y a nada lleva no hablamos aquí. Nuestra vocación es al Paraíso...


AQUELLO...

137. No, no hay desiertos, ni planicies, ni mares, ni montañas... Ya subes por donde no sabes y no puedes decir más. Tampoco sabes si subes, a veces te parece que bajas. Es que nada, nada importa, y nada hay que no tengas ya. Lo que tu seas lo serás, porque brotan exultantes las fuentes más allá de tus imágenes y más altas -sobre todo- que tus medidas...

138. ¿Sabes que eres lo que esperas? Es claro, serás lo que ahora posees en la Esperanza... Pero así como te conviertes en lo que amas, te aseguro que te vuelves lo que esperas. Toda tu vida es un tesoro de esperanza, vive, pues, ya, ya mismo, ahora, el Misterio cuyo cumplimiento definitivo aguardas.

139. ¿Querías saberlo todo? Pues todo lo sabes y lo eres en Aquél que ya llega. ¿Quién eres? Quien seré... Soy en Quien llama a mi puerta; me dice que le abra presto y que lo ame así y aquí, como soy y donde estoy ahora. Que no aguarde un segundo más...
140. Vive, vive en Él. Él vive en ti. No puedes sumar dos, porque el Amor ni suma ni resta, simplemente es Unidad.

141. Pero no has de decir, ni de relatar... El Silencio te enseñará -cada vez- lo más admirable. El Silencio es plenitud. Basta sólo mencionar. Nada más. El Silencio es el respiro inefable, la brisa vivificante del Espíritu.

142. El silencio es el clima del corazón y de la vida... Se lo descubre cuando el peregrino persevera sin desfallecer. A pesar de todas las demoras, de las contramarchas, de los acontecimientos que parecen adversos...

143. El silencio se descubre cuando realizamos lo que parece inútil y nos arriesgarnos a... derrochar.

144. El apotegma de un monje, dice así: el silencio ha de encontrarse en el fondo del corazón: entonces todo ruido exterior resulta como las olas del mar: éstas son impresionantes y terribles para quien se halla en la superficie del agua, pero inexistentes para quien vive abajo, escondido, en la profundidad.

145. Cuanto más se despliega y corre el tiempo, más se esconde lo real en el corazón. Es preciso descubrir esto y no vacilar. Parece que muchas cosas, figuras e imágenes, pierden su gusto o que el fracaso nos amenaza más. Pero no es así. Lo que ha acontecido es que todo se cela más íntimamente y desciende en el corazón, buscando la plenitud del silencio original.

146. La grandeza y la gloria del corazón, es la Presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu en el más hondo y desconocido silencio. Tal silencio, que impregna la vida toda, es plenitud y sublime Palabra. Lo que yo percibo como abismo es, en realidad, la Vida, la Vida misma. El Padre engendra al Hijo y el Espíritu, que procede y que es Amor, desborda en sublime unidad y penetra el alma toda, levantándola al hacerla Suya.

147. ¡Inmensa es la Luz callada! El Nacimiento no precisa pregoneros de roncas voces. Antes de la aurora fui conocido.

148. Reposa en la Brisa suave. Adormécete en el mismo Corazón del Señor. Es tu Vida, tu Morada, tu Instante... Abre los ojos sólo en los Suyos. Es que... no tienes que decirlo. ¿Para qué? Sólo Él y nada más.

149. Es lo más simple, lo más profundo, lo más inmediato... Es lo más silencioso y sin prisa. Tan presto como el instante que atraviesa el tiempo y lo levanta, trascendiéndolo para siempre.


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